A través del cristal de una ventana, la noche apretada, se transforma en cuervo, ave maligna, agorera de presagios funestos. El silencio de las calles vacías parece filtrarse entre los fresnos adormilados de los arriates. Los postes de luz mercurial, uno tras otro, asemejan gigantes solitarios y enfermos. No hay movimiento. De pronto, un halo lánguido, frío, parpadea ante la incertidumbre del alba. Pasa un tranvía, el ruido metálico que hacen las ruedas al chocar contra los rieles, rompe la monotonía del compás de espera. El barullo de cientos de pajarillos invisibles, anuncian la presencia incipiente de una claridad que pronto se ve invadida por el estridente ruido de motores, de miles de pisadas humanas, de bocinazos, de gritos, de olores a comida, de gases tóxicos de toda esa mierda que lentamente se va pegando a nuestros sentidos.
Ciudad de México 1976