Sin duda, el oído ha sido uno de los órganos más relevantes dentro del desarrollo evolutivo del hombre, seguramente porque proporciona información al cerebro las veinticuatro horas del día respecto de lo que acontece en el espacio circundante, y porque es imprescindible dentro del proceso de comunicación humana.
Además de ayudar a conservar el estado de equilibrio, el oído es fundamental para nuestra ubicación espacial, ya que a través de la escucha, podemos advertir, por ejemplo, qué tan cerca o lejos estamos de un río, de una playa o de una situación de peligro de la cual debamos apartarnos, y esto sin necesitad de contacto visual.
Con la aparición de la industria del cine, la televisión y la publicidad, y con el desarrollo tecnológico y digital, nuestra percepción auditiva ha sufrido muchos cambios en un lapso muy corto, con lo cual nos alejamos cada día más del acto de escuchar, de oír conscientemente.
Las características del sonido y la música que consumimos y que recibimos cotidianamente a través del cine comercial, la publicidad, la televisión, Internet, la industria de la música y la nueva cultura del espectáculo, han propagado un modelo acosador, que intenta homogenizar el universo del sonido con propósitos mercantilistas, de ahí que el sonido y la música implícita en esta vorágine de información sea usualmente fabricada para persuadirnos.
Por tanto, nuestro conocimiento del entorno es cada día más limitado, aunque paradójicamente tendemos a creer que manejamos mucha información sobre el mundo en el que vivimos, respecto de años anteriores, sólo por el hecho de que tenemos acceso directo a la información, y porque estamos al tanto de las últimas noticias, de los avances científicos y tecnológicos, de los programas de actualidad, de las redes sociales o de la música de moda. Lo que no sabemos, es que el contenido de la información que recibimos, manejamos e intercambiamos, ha sido trivializada y mediatizada con objetivos muy claros.
Si nos detenemos un poco, comprobaremos que actualmente vivimos mucho más estresados que antes, seguramente por la sobreexposición sonora de la que formamos parte y la cual, muchas veces, excede los límites del umbral de audición (México es uno de los países mas ruidosos de mundo). Además, mostramos menos tolerancia, sobre todo al momento de escuchar al “otro” cuando conversamos, debido al ensimismamiento e individualismo al que nos ha conducido el consumismo y nuestra propia pereza mental.
Una prueba de lo anterior es el éxito de los dispositivos móviles, que se hace evidente cuando nos adentramos en la burbuja de los audífonos para escuchar la música que nos gusta, jugar videojuegos o mirar programas y series de televisión mientras realizamos un trayecto en autobús o metro, mientras trabajamos o caminamos.
Este aislamiento no sólo nos deja fuera de las cosas verdaderamente importantes e interesantes que acontecen en nuestro entorno y en otras esferas del conocimiento, la cultura y la sociedad, ya que limita nuestra comunicación e interacción con el resto, contribuyendo a la indiferencia e incluso a enfermedades, como la depresión.
Por otro lado, en círculos especializados, existen músicos, melómanos y críticos que afirman que tener buen gusto musical, no sólo para componer, interpretar o disfrutar de la música, se sustenta en el hecho de tener una amplia cultura musical respecto de músicos, creadores y producciones discográficas, con lo cual, muchos especialistas tienen la idea errada de que, entre más música escuches, mejor cultura musical tendrás, e incluso mejor artista serás.
Si bien escuchar música es parte importantes para la formación de valores humanos, esto no quiere decir que la música que escuchamos es la que mejor aporta a estos propósitos. La historia de la música, desde el hombre primitivo, las culturas originarias e incluso la música occidental, nos dicen que la inspiración del músico y creador nace de la relación con sus propias emociones y con su entorno: los acontecimientos cotidianos, las celebraciones importantes, la contemplación de la naturaleza, la interacción con los otros, o de la influencia de otras disciplinas del arte y del conocimiento.
Es momento de replantearnos para qué estamos utilizando nuestra capacidad auditiva y cuestionar un poco lo que cotidianamente escuchamos. No sería una mala idea probar si somos capaces de alejarnos, al menos por un par de horas, de nuestros dispositivos, computadoras, televisiones y equipos de sonido, en un día cualquiera, para acudir a los entornos naturales y culturales que nos rodean. Seguramente resultará una gran terapia, no sólo para controlar nuestra angustia y estrés, sino también para reflexionar y encontrar nuevas respuestas.