Apuntes sobre música mexicana e identidad

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Foto tomada de internet

Sin duda, hoy más que nunca, no sólo en México, sino también en el mundo, muchos géneros de la música se han consolidado y posicionado en el gusto del público gracias a la globalización, al alcance que tienen los medios masivos de comunicación, al marketing y a la democratización de la tecnología. A pesar de las ventajas económicas que para muchos esto puede tener, dicha situación para nada es alentadora, si consideramos que existe una fuerte tendencia para homogenizar no sólo los mecanismos y formatos de producción y difusión, sino también, los mecanismos de escucha y creación.

El peligro radica en que la mayoría de los géneros musicales (sobre todo comerciales), desde la perspectiva de la creación, apuntan a la preservación de fórmulas reiterativas bastante explotadas y conocidas, con lo cual, los mecanismos creativos, la innovación y la autonomía, se han nulificado hasta domesticarse. Todo esto siguiendo la inercia y los fundamentos de la industria de la música, el show y el espectáculo, bajo el disfraz de los conceptos de “cultura” e “identidad” musical.
Si bien México es un país con una tradición musical muy basta e interesante, que evidentemente forma parte de nuestro desarrollo cultural y de nuestra idiosincrasia, es necesario distinguir la delgada línea entre lo que es música y lo que es simplemente show, espectáculo y mercantilismo para las masas.

Las músicas rituales de las culturas autóctonas, el son huasteco, jarocho; las chilenas, los boleros, e incluso el mariachi, las rancheras y otras músicas más, en su estado auténtico, son el reflejo más profundo de nuestra cultura y de su desarrollo en el tiempo.   Lamentablemente varios de estos géneros musicales de nuestra tradición, han sido intervenidos con fines mercantilistas, sobre todo en cuanto al contenido de las letras, estructuras y medios de producción.

Una prueba de ello es lo que ha ocurrido con la transformación del mariachi: los trajes, su dotación instrumental y las letras de las canciones, en la actualidad son completamente diferentes a los de su origen, cuya historia se remonta a más de dos siglos de existencia. Y esto no quiere decir que estemos en contra de los cambios y la evolución de estas agrupaciones musicales, pero es evidente que las transformaciones observadas en años posteriores a la Revolución Mexicana, han obedecido a los fines comerciales del aparato televisivo y de la llamada Época de Oro del cine en nuestro país, en donde el objetivo era proyectar una imagen idílica y de “aparador” respecto de esta música; sin duda la cara musical más famosa de México en el mundo.

Toda esta distorsión de la música de origen popular y su adopción, ha contribuido a una nueva identidad y cultura musical. No es para menos considerar en esta problemática de persuasión a la música romántica y a los conjuntos juveniles que surgieron en los años ochenta, o a la música comercial que se ha importado principalmente desde Estados Unidos de Norteamérica, Europa y otros países, y su peligrosa adopción en México; y digo peligrosa, porque ha sido incorporada de manera automática en el imaginario de las mayorías, bajo el engaño de ser parte de nuestra identidad, propiciando una enorme fragmentación respecto de nuestra verdadera cultura e identidad musical.

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