Documental mexicano de Gregorio Rocha
Muros es la última obra del documentalista Gregorio Rocha; en ella se aborda la realidad de algunos territorios en disputa alrededor del mundo. Gregorio, quien siempre se ha sentido atraído por la temática de las fronteras —culturalmente hablando—, define estas franjas de terreno como un “espacio que no es ni un país, ni otro, sino que es un espacio de nadie”. El filme se estrenó el pasado 26 de junio y se albergará hasta el 20 julio en las salas de la Cineteca Nacional.
En esta entrevista con Cronopio, Gregorio nos cuenta los aprendizajes y las anécdotas que coleccionó en la realización de este documental; los modos de vivir de las culturas con las que tuvo oportunidad de convivir, las razones que lo llevaron a los destinos que recorre la película, como el motivo por el cual se atrevió a caminar sobre un campo minado, y el porqué se decidió a narrar, a contar y a proyectar Muros como se muestra en las salas de cine.
Sin más, comienza a preguntar Cronopio:
—A menudo, un documental cuenta historias que previamente han llegado como rumor a nuestros oídos, a veces como palabras ligeras, pero que se hacen más reales y dolorosas cuando aquellos ruidos de voces, cuando aquellas lecturas se convierten en imágenes tan llenas de realidad. ¿Podríamos definir el documental como un cuento, como una crónica de no ficción?
—Sí… Ésa es la ventaja que tiene el documental, de inscribirse en este campo tan amplio de la no ficción; aunque lo que sí es cierto también, es que cada vez se relaja más su relación con la realidad; pero la ventaja mayor es que nada está escrito, entonces es posible jugar con muchas formas creativas porque están dentro del campo de la no ficción. Yo, en este caso, en Muros, por ejemplo, integro animación, todas las citas que quiera las narro en primera persona… Va quizá cayendo en lo que podría considerarse cine-ensayo, y ése también ofrece mucha libertad, sobre todo la de equivocarse.
—Parece que el documental es, de todas las expresiones del cine, el que más se apega a una orientación política, a una formación humanística… ¿Para ser documentalista se necesita de esas dos virtudes (y claro, la de crear)?
—Yo creo que no es indispensable tener una filiación ideológica; sobre todo, lo importante, yo creo, es el compromiso con uno mismo. Yo lo veo más encaminado hacia el compromiso con la libertad de creación, y, al ser una forma vinculada con la realidad. Sí, necesariamente se vuelve política, pero yo no lo reduciría a alguna ideología en específico; aun cuando, sí, muchas veces responde a una agenda ideológica. En mi caso, trato de hablar por mí mismo de temas sociales o políticos, pero trato de aproximarme de una manera subjetiva.
—Comenzaste con Galeano, recitando una de sus frases más hermosas que versa sobre la utopía. En el transcurso de la cinta te cuestionas para qué sirve tu trabajo, en especial este documental. Galeano era creyente de que la palabra viva es aquella que puede cambiar a quien la recibe. ¿Hay en ti algo de indignado, de activista, del artista que busca abrirle los caminos a la concientización y por ende generar un cambio en la sociedad a través del arte?
—Sí, sí, absolutamente. En mi documental Muros, trato de reflexionar el hecho mismo de hacer un documental, y cuestionar el significado y el impacto que puede tener. Entonces a veces uno duda, y esto es parte del proceso de hacer una obra “x”; esa duda, esas dudas se transparentan en el documental, luego desparecen, porque me he dado cuenta de que sí causa un efecto en quien ve estas películas, estas ideas que se están mostrando, esta suma de realidades causa un efecto, y eso es muy satisfactorio.
Regresando a la cita de Galeano, de buscar la utopía aunque ésta se aleje cada vez más (…) esto también es el hecho de que haya una transformación, de que haya un impacto en el público, es también lo que nos hace hacer películas, o hacer arte en general. Y sí, lo que más ansía uno es que llegue al público.
—Comentabas que la frase la hallaste en un muro, y ese fenómeno es muy interesante, porque por un lado están los espectaculares, los aparatos de la mercadotecnia y por el otro están estos muros grafiteados. Galeano podía contar anécdotas que refutaban la historia contada por los vencedores… Haciendo la analogía, cuando una sociedad, un barrio bajo plasma su realidad ahí (en un muro), está contando lo que nadie quiere decir.
—Cierto, me doy cuenta de que a este tipo de expresiones, como los murales, casi nadie se detiene a observarlos… Creo que parte de nuestro trabajo es buscar esos detalles, hacer un acercamiento, interrumpir el flujo de las demás cosas para centrarnos en algo que normalmente pasa desapercibido; y a mí me fascinó esta cita… la verdad, yo no estaba consciente de que fuera de Eduardo Galeano; por ahí me resonaba algo, pero no, porque en sí me considero un buscador de utopías, y uso este medio –el cine–, para buscar en ellas, para tratar de observarlas, y de que el público también haga este alto en su vida cotidiana para darse cuenta de ese pequeño universo que está escondido en un muro.
—Hay demasiadas fronteras y zonas de conflicto en el mundo, tú has elegido cuatro para esta empresa llamada Muros: Arizona, con México, Palestina, con Jerusalén, los muros “intangibles” de la ciudad de Belfast y el muro que divide a Marruecos de la República de Saharaui. ¿Cuáles fueron los motivos que te llevaron al trazo de esta ruta?¿Por qué estos sitios en especial?
—Comenzó por un seguimiento de urgencia, de denunciar el muro que estaba levantando Estados Unidos en la frontera con México, que es una situación que ya más o menos conocía —porque he trabajado varios proyectos en la frontera—, pero esta vez quise llevar las cosas un poco más allá, situarme en una zona quizá más peligrosa… Las cosas se fueron conectando unas con otras. Lo que tiene más en común, yo pensaría, es que estos muros están situados en los desiertos, como el de Arizona y Sonora, o el que levantó Israel en Palestina, o el desierto del Sahara… finalmente, más o menos, son cosas que están ocurriendo cerca del Trópico de Cáncer; esto no era algo buscado, me di cuenta después.
Me puse a reflexionar por qué esto ocurre en las zonas más inhóspitas del planeta. Pareciera que deberían ocurrir en las zonas más ricas, donde hay más abundancia de recursos… entonces algo debe haber en estos desiertos que son tan peleados. En el caso de Israel también hay razones religiosas, pero las conexiones entre estos lugares las fui encontrando hasta después de hacerlo. Me fui de uno a otro de una manera intuitiva, no había una razón explícita, había algo que me llamaba, sobre todo como alguien empujando mi experiencia, la que yo quería contar al público de situaciones cada vez más extremas.
—La pluma ha corrido ríos de tinta, la manivela del proyector sigue girando. Contar historias tan complejas y problemáticas, donde no faltan intereses, y por el contrario sobran victimarios y sobre todo víctimas, puede ser mortal. Manifestabas haber hecho todo de prisa en los territorios ocupados, pero en otra escena, caminas sobre un campo minado. A esas alturas del rodaje, ¿ya te habías familiarizado con las atmósferas inundadas por el olor a pólvora, por el hedor que anuncia una probable muerte? ¿Ya le hablabas de tú al peligro sin ningún complejo?
—Eso es cierto. Esta sensación de miedo que tuve fue en Israel (…) también lo que sucede es que ahí yo estaba solo, cuando estuve en la zona minada en el desierto del Sahara, iba acompañado. Yo al principio pensaba o justificaba la actitud de ellos (Saharauis): “Es que ellos no tienen nada que perder”. Me di cuenta de que estaba equivocado, tienen tanto que perder como yo. Lo que sí logran es no tener miedo, me infundieron esa nueva actitud de superar el miedo; yo sabía que se podía acercar (el ejército) o que podía haber tiroteos del ejército marroquí, o que podía explotar una mina bajo mis pies, pero ahí no tuve miedo… Sí te das cuenta que algo puede ocurrir en una situación así. Creo que todos los viajes que hice alrededor del mundo, los hice para llegar a ese lugar; no podía detenerme, echarme para atrás.
—Para el documental ha sido muy importante hablar de las colindancias culturales, tanto las tangibles que se traducen a estructuras de acero o concreto que rompen con el ecosistema urbano-ambiental de algún lugar, como las intangibles, que se traducen en la falta de pragmatismo, pluralismo y tolerancia hacia otras formas de resolver las necesidades primarias, de vivir y de interpretar la vida. Amos Oz, periodista nacido en Jerusalén, manifiesta que el gran problema de la humanidad es el fanatismo; que éste es más viejo que cualquier Estado o sistema de gobierno, que cualquier creencia religiosa, ideología o credo en el mundo, incluso afirma que el fanatismo es parte de la condición humana. Muros, da la sensación, si no de llegar a la misma conclusión, al menos de encontrarse con algunos de los conceptos mencionados.
—Regresando a la primera pregunta que me hacías sobre las ideologías, qué tanto un documental responde a una ideología dada, trate de limpiarme de ellas, de no enjuiciar ni a unos ni a otros, pero sí demostrar cuándo estas actitudes de completo apego a una ideología o a una religión son las que han llevado a estas situaciones que parecen ya no tener solución. En un momento hablo de una crisis cultural inminente en Arizona, pero es una crisis ambiental, cultural, política, etcétera, a la que estas situaciones empujan. Traté —aun cuando sí tengo una posición libertaria—, de no hacerlo a partir de ninguna ideología y de ninguna religión; lo que sí, es que comencé a encontrar conexiones —que a mí me parecieron fascinantes—, en oposición al fundamentalismo religioso, es la espiritualidad de estos pueblos, y ahí comencé a encontrar conexiones entre los indios O’odham y los Saharauis. Muchas más conexiones encontré en ese tipo de pueblos que no tienen apego a la tierra, al sedentarismo, a estar en un sólo lugar, a ser propietarios de un espacio. Sí necesitan el espacio para poder moverse, eso también hizo que me identificara mucho con ellos, porque de lo que más trata este documental, diría yo, es de una especie de himno a la libertad de movimiento que podemos tener los humanos, como una de las más grades libertades y como una libertad que permite muchas otras. Si a ti o a cualquiera se le restringe de manera autoritaria la libertad de movimiento, entonces ya no tiene acceso a la educación, al trabajo o a la salud, a muchas otras cosas… El confinamiento, pues, es similar al de la prisión, entonces trata sobre la actitud de unos grupos en el poder que tratan de imponer una situación de cárcel a muchos otros.
—Acerca de los Saharauis, hay una escena donde se muestra a una persona que ha perdido el uso de las piernas porque le explotó una granada. En esa imagen afirmas que en vez de volverse un estorbo para sus seres queridos, sigue siendo parte de ellos, lo quieren. Me hizo recordar aquel poemínimo de Efraín Huerta (“Protagórica”), donde dice: “El hambre es la medida de todas las cosas”. Pareciera ser que para saber dar, hay que carecer.
—Eso también es una conclusión a la que llegué. La salida a todo eso es el apoyo mutuo, la ayuda mutua: en alimentos, en consejos prácticos sobre cómo vivirlo, pero sobre todo en compartir soluciones para aliviar el sufrimiento. Esto también lo recalco cuando hablo del gueto de Varsovia que padecieron los judíos; era una manera de sobrevivir; el ayudarse mutuamente y eso yo creo también es una constante en la historia de la humanidad; pero tenemos que estar en una situación tan crítica como para poder entenderlo; si estamos bien, no compartimos nada.
—El conocimiento es bello pero tiene sus atrocidades. Los que fueron oprimidos, oprimen y enseñan a los oprimidos a ser opresores potenciales. La historia está llena de ejemplos. Afirmas que “la muestra de nuestros errores tiene valor comercial”, mas no terminamos de aprender de esos errores. Nos gastamos millones de todo en armamento militar y decimos que no se puede erradicar la pobreza, la desnutrición y menos propagar el conocimiento. Entonces, ¿se podría decir que el ser humano es violento e incongruente por naturaleza?
—Sí. Es violento, incongruente, pero también, yo considero que es solidario y compasivo. El problema es que lo primero es lo que predomina. Yo diría que el hombre en cuanto a género. Aquí, por ejemplo (en Muros), los dos o tres personajes femeninos que hay, son absolutamente libertarios, rebeldes, activistas… contra una situación que viene definitivamente de una actitud de hombres en cuanto a agresividad, en cuanto al uso de la fuerza, en cuanto a imponer nuestras ideas… Entonces es el hombre, pero sobre todo en cuanto a su manera de expresar su masculinidad. Las mujeres han sido cómplices en ello. Si en esto los hombres han sido los protagonistas, las mujeres han estado siempre respaldando este tipo de actitudes. Esa agresividad no sé qué tanto sea femenina. Pero sí, las mujeres han sido cómplices de los hombres en esta expresión de agresividad.
—“El arte nos abre al mundo”: se puede escuchar a un saharaui en el rodaje.
—Eso (el arte) es como algunos de ellos lograron romper la exclusión en la que viven; y es a través del arte, no sólo por el arte en sí, sino porque les permitió salir físicamente de los campamentos.
Por eso es que tengo esta idea de que la película tiene más una aproximación artística a este fenómeno de los muros, que política; aun cuando no niego que sea política. Pero yo también traté de romper esa exclusión a través de la película, es algo que también les aprendí a ellos.
—¡Vaya! Es como encuentran ellos la esperanza. Hay risas. En el mundo, en cualquier parte del mundo, en zonas de conflicto, hay refugiados, hay desplazamiento interno; el desplazamiento no necesariamente se tiene que dar de un país a otro, sino “simplemente” de una localidad a otra: en Chiapas, en Oaxaca… Dicen los especialistas que cuando un país adolece o hay poco estado de derecho suceden este tipo de cosas. Inclusive sus protectores (de los refugiados) terminan siendo sus victimarios; pero sí resulta conmovedor ver a los niños sonreír.
—Ahí hay también algo paradójico, que yo trato de destacar. Traté de no aproximarme a esto desde un punto de vista pesimista a priori, porque encuentras que la vida sigue, que hay mucha intensidad para vivirla y, sobre todo, en los niños. Yo lo que sí cuestiono, es que una situación de emergencia se convierta en algo normal y que acabemos por aceptarlo. A mí me parece que nunca debemos de abandonar la indignación ante la injusticia para que no vayamos conformándonos, y entonces permitir que las cosas se queden así.
—Uno se imagina que después de esta experiencia la concepción de la vida, la cosmovisión personal, se amplía, ¿cuáles han sido los sentimientos, las emociones que mayormente conociste–descubriste durante estos cinco años de trabajo?
—Suena un poco como a manual de autoayuda, pero creo que el principal aprendizaje que tuve es respecto a mis propias limitaciones. Estar consciente de ellas, de cuáles son mis alcances como persona y como creador; pero también cuáles son las estrategias que puedo seguir para superar esas limitaciones que en la mayor parte de los casos son autoimpuestas. Pienso que ésa es la mayor transformación que ha habido en mí, que es dejar de acusar al mundo de mis limitaciones; o sea, dejar de buscar la causa de ellas afuera, estar consciente que están dentro de mí y de que, así como Ofelia en Arizona, Pah en el Sahara, o quien sea, están siguiendo estos caminos, es evidente que se pueden romper esas limitaciones. En eso estoy trabajando hoy en día.
—En la interacción cotidiana del rodaje que sostuviste con las personas, coleccionaste anécdotas, seguro muchas de ellas quedaron afuera de la cinta. ¿Hay alguna de ellas que nos puedas compartir?
—Hay muchas… Como quedó construido el documental al final, fue a través de una interacción entre lo que se ve en el documental y lo que… o sea, lo que se ve es lo que viví; y lo que viví, pero que no se ve —porque no lo pude registrar—, en cierta forma lo narro, lo cuento en la pista sonora. Hay veces que estamos viendo una cosa y escuchando otra anécdota, porque sí da un poco de angustia como realizador de documentales no poder mostrar todo lo que te está ocurriendo en tiempo real. Esta angustia la vencí un poco, por ejemplo, en la caminata del campo minado, que era sin ensayo, con conciencia de que así fueran nada más doscientos metros de distancia, había el riesgo de que pisara una mina y explotara; no necesariamente te mata una mina de ese tipo, sino que te daña físicamente de la parte inferior del cuerpo. Yo pensé: “sobreviviría… entonces voy a filmar para que en caso de que ocurra, quede filmado”. Fue un ejercicio de fe, de arriesgarme, pero de tener fe en el guía que me llevaba y de seguir sus pasos. No ocurrió. Esta angustia se incrementa, ¡chin, no ocurrió! Pero cuando sales, ¡qué bueno que no ocurrió!
—En el trayecto de la película hablaste mucho con “el pequeño chimpancé”. Creo que cualquiera de los que quisieran ver Muros, de los que van a ver Muros, pudieran ser “el pequeño chimpancé”, ¿no?
—Es una especie de chiste privado. El pequeño chimpancé —y lo voy a comenzar—, es mi hijo pequeño. (Entre risas). El pequeño chimpancé puede ser cualquiera que está en la sala; pero sobre todo, lo que pensé, más allá de mi hijo, es que la historia la pudiera entender un niño…