Texto Leído en la presentación del libro “La Caída del Telepresidente” en Casa Lamm, 2 de julio 2015.
- Jenaro Villamil
Un agradecimiento infinito a Elena Poniatowska, nuestra gran cronista, escritora y mujer comprometida por su generosidad y sus palabras en esta presentación.
Otro agradecimiento muy especial al doctor Lorenzo Meyer, por sus palabras y su lectura tan puntual de libro.
¿Qué es un “telepresidente”? Eso me lo han cuestionado en algunas entrevistas de prensa. Más que una definición quiero proponer un ejercicio de analogía.
Supongamos que queremos saber los “ingredientes” necesarios para construir un “telepresidente”, a la manera de una comida fusión, ahora tan de moda.
Estos serían los 5 ingredientes básicos:
1.-En primer lugar, la simulación de una democracia con rostro autoritario, con ingredientes de corrupción e impunidad muy altas. Vivimos no en una democracia consolidada sino en una “democracia autoritaria”, como ha definido el doctor Lorenzo Meyer.
La simulación es el resultado de una especie de esquizofrenia política: por un lado, se “decretó” la transición a la democracia con los doce años de alternancia panista en la presidencia que terminaron en una crisis poselectoral y política terribles en el 2006.
Si en 1988, con el ascenso de Carlos Salinas de Gortari y la tecnocracia a la presidencia se “cayó el sistema”, en 2006, con el fraude electoral que llevó a Felipe Calderón a Los Pinos, se “cayó la transición”, pero el consenso mediático y político no quiso hacer esa lectura. Preferimos la simulación.
A partir de esta simulación se comenzó a construir un telepresidente.
2.-El segundo ingrediente parte de esta simulación: la legitimidad del gobierno se debilitó y eso le dio fuerza a aquellos poderes que antes estaban subordinados al sistema y que se transformaron en verdaderos meta-poderes o poderes fácticos con capacidad de definición propia.
Ahí está el caso del narcopoder, de los grupos de presión empresariales y, sobre todo, del poder mediático.
Televisa dejó de ser “soldado del presidente” y comenzó a observar que “la democracia es un buen negocio” para ellos, siempre y cuando, fueran juez y parte en este proceso.
Televisa decidió apostarle al poder presidencial. No querían sólo un personaje carismático, dicharachero y popular, como lo fue Vicente Fox. Querían a un político maleable, proclive a la corrupción y que les garantizara una compra anticipada de la presidencia de la República a través de los recursos públicos emanados del erario. El personaje que cubrió ese perfil fue Enrique Peña Nieto, un joven y oscuro burócrata del Estado de México, sin experiencia alguna en el gobierno federal, heredero de un gobierno desprestigiado como el de Arturo Montiel y con necesidad de contar con una plataforma de lanzamiento y de salvamento, a la vez.
3.-Con la simulación y el telepoder viene el tercer ingrediente que sirvió para construir un “Telepresidente”: mezclar la farándula con la política, la ficción con la realidad, transformar el ascenso de un político en un reality show, incorporando elementos del entretenimiento.
Nada mejor que hacer una “transferencia de rating” de una actriz de telenovela hacia un aprendiz de gobernante. La actriz le otorgó al político los atributos de popularidad, atractivo telegénico y hasta elegancia inexistentes.
Vaya paradoja la del “Telepresidente”: este elemento que fue su principal “activo” de popularidad frente a millones de mexicanos y mexicanas que lo desconocían se ha convertido en su principal pasivo.
Desde el escándalo de la Casa Blanca, el glamour de la actriz se diluyó en medio de un caso de corrupción que ha indignado a la sociedad. En lugar de entender las dimensiones de este problema, han acentuado los errores. La primera dama anda perdida en los pasillos de esa fábula que ya nadie cree.
4.-El cuarto ingrediente fue asociarse con una cleptocracia estatal capaz de dominar a los otros e imponerse a sus otros adversarios priistas como grupo y dinastía. Ahí estaba el Grupo Atlacomulco con sus negocios, su visión del gobierno como un gran botín, su experiencia en la cooptación de las oposiciones y en el control del voto en el Estado de México. El Grupo Atlacomulco, más el poder mediático y la publicidad del reality show ascendieron.
En el gobierno, este grupo se ha enfrentado a una realidad tremenda: no están acostumbrados a la fiscalización nacional e internacional. Le apostaron a un modelo analógico de telepresidente en pleno proceso de transición de la sociedad hacia la comunicación digital. Ahí se enfrentan a uno de los elementos claves de la caída actual: su incapacidad para entender, desde el gobierno, el nivel de crítica hacia el telepresidente.
5.-El quinto ingrediente es la continuidad y profundización del modelo económico que cumpliera con las reformas pendientes de los grandes poderes trasnacionales: Washington, el FMI, la banca, las grandes corporaciones petroleras, los asesores.
Como es un modelo de simulación, no lo hicieron explícito. Nunca hablaron de los alcances de la reforma energética que, desde el gobierno, se ha impuesto a rajatabla y que explicamos en el libro.
Peña Nieto les ofreció: “se los firmo y se los cumplo”. Y, en efecto, les cumplió a ellos. El Mexican Moment fue para ellos.
Con estos cinco ingredientes básicos se construyó un “Telepresidente” con exceso de propaganda y ausencia de comunicación política. El “Telepresidente” es el subproducto de una transición fallida a la democracia y un intento de restauración autoritaria muy soberbio. El “Telepresidente” es el producto de la política de los intereses y el menosprecio por los derechos humanos y civiles. El “Telepresidente” vive en su propia burbuja y los que lo acompañan compiten por ver quién es el más avanzado en el arte del engaño, la mano dura y la evasión de los problemas.
¿Por qué ha caído el “Telepresidente”?
El “Telepresidente” confundió las reformas con la propaganda. Y la realidad, siempre tan terca, demostró que esta nación es más compleja que un spot o que un informercial.
El “Telepresidente” ha caído, en primer lugar, por esta tendencia a menospreciar a una sociedad deliberante y digitalizada que ya no cree ni se convence con las operaciones propagandísticas de los medios analógicos. El “Telepresidente”, que sonaba joven hace seis años como proyecto, envejeció más rápido. El Copete elegante y engominado, símbolo e ícono del personaje, perdió encanto. La Gaviota, tan popular, se ha vuelto objeto de repudio social. Televisa, tan intocable, es cuestionada una y otra vez. La cleptocracia del Grupo Atlacomulco está siendo observada con lupa por la comunidad internacional. El
“Telepresidente” anda desnudo y nadie se lo ha dicho. La simulación es vista por casi todos.
Frente a las situaciones críticas, el “Telepresidente” se volvió un monólogo constante. El ya sabe que no le aplauden, pero eso ya no le importa. Está convencido de que lo importante es el control y no el consenso, ocultar la información y no deliberar públicamente. En lugar de reinventarse en la presidencia, ha acentuado los rasgos autoritarios de la institución presidencial profundamente damnificada.
El “Telepresidente” demostró desde el 30 de junio, hace exactamente un año, a raíz de la matanza de Tlatlaya, que fuera de las reformas estructurales no tenía guía ni estrategia para los casos graves de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas. La crisis de los derechos humanos le estalló con la tragedia de Iguala y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Incapaz de establecer empatía social con las víctimas de esta espiral de narcoviolencia, el “Telepresidente” prefirió encubrirse en “verdades históricas” que nadie cree. Desde hace un año, el Mexican Moment del “Telepresidente” se convirtió en Mexican Murder, algo que no estaba contemplado en los ingredientes originales de la fórmula.
El “Telepresidente” no movió a México a su favor, sino a la sociedad civil, pero en su contra. El “Telepresidente” nos quiere convencer ahora que la economía va muy bien, el mismo día que el peso se devalúa frente al dólar.
Frente a este fracaso, lo más grave es que el “Telepresidente” pretende restablecer una presidencia imperial, a la usanza del viejo estilo desgastado, falto de legitimidad y credibilidad. En el libro descubrimos que esta idea de la presidencia omnipresente y poderosa forman parte del asidero de creencias y de la ideología de Peña Nieto.
¿Por qué este libro?
El mejor antídoto contra un “Telepresidente” es la información y el análisis crítico, compartido socialmente.
Este libro es la crónica, el análisis y el reportaje de las tres grandes fuerzas que se han movido en menos de tres años: la pretensión autoritaria de imponer una ruta; la indignación y la protesta social que se han multiplicado en el país y en los medios de expresión ciudadanas; y los orígenes y alcances de esta crisis.
Es un libro para los protagonistas principales de este momento: los jóvenes mexicanos, de espíritu y de edad, que no se quedan cruzados de brazos, que se han salvado del autoengaño, de la simulación y el derrotismo; que han surgido con una fuerza creativa, poderosa y única, a través de las redes sociales, de los medios alternos, de la auténtica solidaridad con la víctimas del “Telepresidente”: los residuales de un modelo, los que no quieren que tengan nombre, rostro ni historia.
Por ellos, por los innombrables para el poder, por los 23 mil desaparecidos de este sexenio, por los cientos que están en narcofosas, por los que reclaman la aparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, por los que se han enfrentado al crimen organizado desde las auténticas autodefensas, por los que no nos quedamos callados ante la censura a Carmen Aristegui, por los que habitamos fuera de los campos de golf y las casas blanqueadas de su corrupción, por los que movemos a México con fuerzas solidarias, por y para ustedes es este libro.
Muchas gracias.