Muros opacos, testimonio, 30 años de ocupación cultural: pueblo de Xoco
Migración de la “cultura del combo” hacia la Cineteca Nacional
El antes y el después
l calor a mediodía se hace fastidioso. Hablar de las inclemencias climatológicas bajo la sombra que da esta techumbre forjada con lámina y cristal, es tarea sencilla. Los rayos solares se filtran a través de las figuras triangulares que definen la estética del techo. Quien las diseñó, pensó en estas formas geométricas como las encargadas de iluminar y cubrir la plancha principal. En esta plancha se encuentran el pasado y el presente de la Cineteca. Yo no la conocí hasta hace poco, y cuando escucho hablar a las personas que tuvieron la oportunidad de visitarla antes de su remodelación, percibo un sentimiento de nostalgia. Tampoco sé qué hubo antes de ese sentimiento; lo único que alcanzo a comprender es que la Cineteca vive en el pueblo de Xoco.
Me interesa hallar alguna prueba de lo que existió antes, de lo que fue primero. Voy en busca del pueblo, camino por sus estrechos callejones y encuentro lo que debe ser lo más representativo del lugar: su iglesia. Ahí, al margen de la capilla, están sus hijos; y en ellos encuentro la respuesta que estoy buscando. Los habitantes que alcanzan a rozar el medio siglo de vida son los encargados de trazarme un mapa donde resalta la modestia: casas de adobe con techos de asbesto cubriendo el espacio donde reposan el foro al aire libre, las salas nuevas y el estacionamiento… Canchas de futbol en aquel pedazo de tierra que define a la antigua Cineteca, en donde sus muros opacos son testimonio de más de 30 años de ocupación cultural; la plancha principal, por lo que se entiende, siempre ha sido una frontera, un punto donde se acentuaban los límites de las casas y los terrenos de juego.
El trayecto hace evidente la batalla que sostienen el “progreso” contra los usos y costumbres, contra la historia, contra Xoco. Nuestro querido faro, que con su luz nos ha mostrado el camino en este mar llamado Séptimo Arte, también forma parte del avance modernista. Las City Towers al norte, el Centro Cultural Roberto Cantoral y el corporativo Bancomer al noroeste; al sureste está la Plaza Coyoacán y el nacer de nuevas construcciones, que por el momento no tienen mayor repercusión que la ruptura del ecosistema urbano de Xoco, como antes lo han hecho sus congéneres.
Colindancias culturales
En primera instancia, uno pensaría en el periodo vacacional como el culpable; después en la falta de nombres que garanticen éxitos taquilleros, en el último de los casos sería el contenido. Hay quienes afirman que a esta Muestra le falta nivel: cualquiera de las suposiciones anteriores se puede sustentar cuando las salas lucen llenas, mas no lo están. Al terreno de las especulaciones hay que agregar que en esta ocasión no vinieron las manías; y el morbo que pudiera despertar un título es menor en comparación con los filmes del año anterior.
Las luces comienzan a apagarse, la cinta corre, aún hay gente caminando entre las filas y la oscuridad, incordiando, buscando el número de su asiento. Las primeras imágenes que salen del proyector son las del promocional Clásicos en pantalla grande, en esa secuencia hay un personaje cubierto por una túnica negra, a orillas de la playa, debatiéndose entre el to be or not to be; se oye una afirmación: “El Séptimo Sello”. Culmina el promocional y aparece en escena un dibujo animado a lo Woody Allen; resulta entretenido ver las peripecias del pequeño Woody dentro de una sala de cine; justifica la amargura de su gesto cuando se enfrenta al ruido del celular; el cuchicheo constante de las pláticas, la suela de un zapato ajeno golpeando el respaldo de su asiento, lo enfada; el ruido de los alimentos lo vence. La dulcería se ubica a menos de 100 pasos; y hace de esta última imagen una paradoja.
Un día en la redacción, Carlos, el director del periódico, hablaba acerca de una variante del desplazamiento humano. En términos generales, argumentaba que aquellas personas que eran afines al Cinemex, al Cinepolis, están en una migración constantemente hacia la Cineteca, y con ellos arrastran la “cultura del combo”. Esto no es otra cosa que el introducir a la sala la mayor cantidad de alimentos posibles a su conveniencia. “Sí, sí, yo venía cuando no era tan popular”, escucho decir a un hombre que está sentado dos filas por delante de mí. Decía que esto me parece paradójico, porque es la misma Cineteca quien nos persuade para no introducir alimentos, pero al mismo tiempo no los suministra. El sustento de estos hábitos, radica en las entradas de dinero: se gana mucho más en la dulcería que en las taquillas; es entrar en el terreno de los intereses y las pasiones; de lo que hay y lo que queremos. La intimidad que daba el pasado sólo es tangible en las añoranzas. La personalidad arquitectónica “se asemeja más a la de un mall”, me dijeron.
58 Muestra Internacional de Cine
Un cumulo de emociones, una serie de reafirmaciones o descubrimientos; así quiero definir a la Muestra de cine, en el mismo orden en que fueron presentadas por la Cineteca:
Los amantes viven una realidad aparte; fuera de este mundo (El capital humano); diversión y adversidad (Xenia); la prepotencia que se sustenta en las tradiciones que hemos heredado (Mentiras blancas); suspenso, angustia, desesperación y esperanza (Cautiva); humor en el absurdo, confusión (El pequeño Quinquin); “remember when you were young, you shone like the sun” (El niño y el mundo); arrepentimiento antes que compasión (Hagen y yo); la crudeza de la vida (Hermosa juventud); impotencia, deseo, placer, dolor (Moebius); cuestiones de honor, lealtad (La Tirisia); muchas de las cosas no se hayan en las palabras, sino en los hechos (El juicio de Viviane Amsalem); decía Efraín Huerta que el hambre es la medida de todas las cosas (Sombra blanca); fanatismo (Radicales); la trama principal sucede detrás del telón (Amar, beber y cantar).
No puedo quedarme con esto; de todos los filmes, hay dos que me parecieron trabajos excepcionales: El pequeño Quinquin y Sombra blanca. El primero se desarrolla en un pueblo francés; un pueblo como cualquier otro. Se deja de manifiesto que tres horas y veinte minutos no alcanzan para hacer una introducción al misticismo que rodea a una población; que uno, viéndola desde afuera, no puede comprender en su totalidad las maneras que definen las actitudes de sus habitantes, gobernados por sí mismos, guiados por aquel conocimiento que viene implícito en nuestra naturaleza: la intuición. La segunda, Sombra blanca, es la muestra de aquella utopía llamada “saber dar,” sin pensar siquiera en las consecuencias de este acto. Es el desprenderse de lo que tal vez necesitamos, quitarse el pan de la boca para compartirlo, saber que hay cosas que poco dependen de nosotros: “Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es algo inescrutable”. Jorge Luis Borges