Eran las 9:00 pm y María sabía que tenía que prepararse, porque dentro de una hora saldría en busca de su primer cliente. No había nacido prostituta… pero a los 14 años ya estaba en las puertas de una casa de citas. Tampoco alcohólica… pero a esa misma edad ya tomaba tragos. Ni drogadicta… pero desde muy temprano fumaba marihuana. A los 14 años la vida le jugó una mala pasada.
En México, más de 20 mil niños y adolescentes son víctimas del comercio sexual. En el D.F., específicamente en la zona de La Merced, se ubican mafias que organizan y controlan la prostitución de indígenas y campesinas robadas o vendidas por sus familias.
María tiene un ritual de belleza vestirse, con un vino barato, es un hábito que adquirió de su pobre madre alcohólica que murió hace tiempo. Abre un cajón y de en medio de su ropa interior saca un buen par de pantys y comienza a deslizar su cuerpo dentro de ellos; entra en un pie, desliza pantorrilla y roza rodilla; llega a la entrepierna y se empata con sus ligueros negros a juego de encaje y marcas de mordiscos. Repite el recorrido en la segunda pierna y pasa a jugar con cremas de olor y sabor para dejar sorpresas por su cuerpo. Anda en tacones por toda la casa solo por coquetería, ama el sonido que hacen, ese sonido de poder, un poder que solamente 15 cm pueden darle a una mujer de noche.
Continúa con la copa del tinto barato que tiene que volver a llenar, pasa al espejo, “puta sin maquillaje no es más que el 15% de una mujer aburrida perdida en la calle”, juega a exagerar como cuando de chiquita le robaba el maquillaje a su madre, la única diferencia es que ahora sabe dónde colocar cada juguete y cómo moverlo. Por último, y para complementar se coloca una falda de cuero pegada por encima de la rodilla, dejando entre ver el comienzo de su liguero y el final de la quincena de algún tonto borracho.
Se mira en el espejo y ve las ojeras de cansancio que muestran sus ojos y al lado de éstas, las arrugas de su rostro. Da el último trago a su copa y recuerda cómo llegó a convertirse en prostituta. Era una niña muy feliz, trabajaba por las tardes en el puesto de su mamá ayudando a vender verduras en un mercado de San Lorenzo Oaxaca. No era mala hija, ayudaba en lo que podía, pero su cabeza soñadora estaba más allá. Sabía que había un mundo lleno de aventuras, y lo sabía porque era una voyeur de la vida, percibía las fiestas, aventuras y amores que les hacen ser especiales.
Recordó aquel día en que sus padres la vendieron a esos hombres -a falta de dinero-. “no te preocupes, me prometieron que vas a tener mejor vida que aquí”, le dijo su papá. Con lágrimas en los ojos dejó que aquellos hombres se la llevaran quién sabe a dónde, quién sabe para qué, la subieron a una camioneta y dejó atrás su felicidad… su vida… su niñez…todo! Las prostitutas que deambulan por bares, hoteles clandestinos, bodegas de la Central de Abastos son por lo regular, niñas provenientes de Oaxaca, Chiapas y Tlaxcala, y en más del 70% de los casos son analfabetas.
Rememora cómo era aquel lugar donde la llevaron por primera vez. Era un edificio de tres pisos, con un aspecto sucio y algo viejo. La metieron a un cuarto en el cual se encontraban otras 10 niñas más, que como ella no sabían lo que estaban haciendo ahí.
“¡Bienvenidas!, aquí van a tener trabajo y van a estar bien mientras hagan lo que se les dice”, dijo una mujer delgada y muy arreglada, la “Tía”, le decían. Aquella mujer les explicó todo lo que iban a hacer en ese lugar, les prometió ganar mucho dinero siempre y cuando obedecieran a todo lo que ella les dijera. Por lo regular, las niñas prostitutas son sobrexplotadas y por cada relación sexual, algunas sólo perciben menos de 50 pesos.
Ya habían pasado 10 años desde aquel primer cliente, del día en que dejó atrás su niñez para convertirse en mujer con tan solo 14 años de edad. Actualmente el 20% de las sexo servidoras tienen entre 12 y 18 años según la UNICEF, mientras que el DIF señala que 50% son infantes. Se trata por lo regular, de niñas que escapan del maltrato, o cuyos padres fueron engañados con la promesa de trabajo, comida y techo en la Ciudad de México.
El sonido de un claxon interrumpe aquellos recuerdos de 10 largos años, antes de salir, le pide a Dios que cuide de ella que la traiga de vuelta a casa y que le mande hombres sin SIDA con ganas de golpear solo por placer. Deja todo ordenado para que cuando llegue en la mañana, la cama la abracé como el único amante que le interesa de la noche. Sale, la está esperando el taxi de siempre, lo conduce Raúl, el taxista sin familia de la cuadra, que por un par de billetes y dejarle tocarle las tetas la llevaría al fin del mundo.