Tadzio, Tadzio…susurró el eco moribundo de un sueño lejano. Cerraron las ventanas, pero a través de los cristales persistió el murmullo de los insectos nocturnos y de las aves siniestras. La luna se escondió detrás de un manto de nubes. En el claroscuro de la habitación, se reveló un choque de cuerpos desnudos, jóvenes, sensuales. La mano de uno recorrió suavemente el pecho del otro, y sin detenerse, buscó entre las piernas y acarició sus genitales hasta despertar una fuerza centrípeta que inundó todo su plexo solar. Sus cuerpos se enroscaron en una febril contienda que los dejó exhaustos, perdidos en un mar sin fondo. Los labios se besaron, las lenguas recorrieron el continente de sus cuerpos hasta descubrir el nuevo mundo de su salinidad y la acidez del orgasmo. Al finalizar, se disolvieron como fantasmas del tiempo vencido. Las nubes se apartaron empujadas por un viento helado, la luna descubrió su otra cara cubierta de llanto, se abrieron las ventanas, se acallaron los murmullos. Tadzio como un impúber sin sacrilegio, dormía incorrupto dentro del sueño de la muerte.
Coatzacoalcos Veracruz mayo de 1979