Mi reino por esa mirada que sin pudicia recorre mi cuerpo como si fuera un bien ya adquirido pero aún sin poseer, mientras el deseo la sigue, asciende por mi entrepierna se expande húmeda en el plexo, sigue por el vientre hasta los pezones ya erectados. Cuando llega a mi mirada, esta es lo único que se sostiene, todo abajo tiembla pidiendo, implorando ser poseída.
Qué vamos a hacer? Sólo es un pescador de ostras que vende luego en el malecón y me desea. Yo sólo una cliente eventual que come mariscos y lo deseo…
Como siempre, pone una ostra de más en testimonio de nuestro inconfesado pacto. Gesto de caballero. Yo no doy las gracias, es lo esperado. Silencio. No tenemos más que hablar. … Cómelos aquí… para seguirte viendo, me dice por fin, así, de tú. Dudo. Niego. Cuando vuelves? pregunta. La otra semana contesto. Y regreso.