Poema de afecto

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Ilustración/ Gabriela Handal

 

1

Toda la mañana del sábado
me la pasé tomando ron
y al medio día comencé a pensar en ti.

No sé qué pasó
de pronto me vi acostado
junto a una mujer de blandas y abundantes carnes,
tenía un bello rostro y muchos años entre los muslos,
a la que le mascullaba, tiernamente, tu nombre al oído.
“Rocío, Rocío, Rocío…”
Ella, complaciente, me dio un beso y sonrió.

Entonces eras el recuerdo perfecto,
yo el mustio encanto de un amor que fue de paso.
La ciudad descansaba con el sopor sabatino,
los cerros que rodean la ciudad siguieron enmudecidos
como desde hace siglos y cientos de vidas
negándose a contar nuevas historias.
Vi que hay una tristeza recurrente en el país

… y eras
la mítica princesa Grupa
prisionera del calabozo terrenal
de donde escapabas
por una nube de raciocinios y poemas épicos
que lancé en mi heroico papel de caballero Bar
y su numeroso ejército
de tequilas, aguamiel y lunas azules.
Las luces neón colorearon parte del pasado
y una luz naranja enmarcó tu cuerpo como hace veinte años.

Tú eras mi abandono
y yo sólo la parte oscura del olvido.
Entonces te declamé un soneto
pero tus piernas ya no rimaban con mis hombros.
Me puse a sombrear el día
con lágrimas, nubes y terciopelo;
tardes de tianguis y marchas de obreros,
y ni logré que la ciudad te trajera de nuevo
ni que la parte de tu sombra que me sigue se acurrucara
en aquellos sueños extraños que narrabas;
sólo logré que la dicha añeja
se durmiera solidariamente en mis brazos.

Llegó la frustración
y media hora de silencio.



Más silencio



La frontera empieza a tomar
un tono amarillo de promiscuidad,
puedo culpar al destino por haberme traído a este lugar.
Desconozco las calles porque estoy seguro
que no te encontraré aquí.
Gasté tres lustros entre viajes a la luna
y tratar de seguir tu olor,
cuando me di cuenta ya era otoño.

Tú eras la omnipresente soledad
y yo poco más que tu resfrío;
regresaron las ráfagas de alergias
que te hacían llegar siempre tarde,
con el poste de tu esquina tenía largas charlas,
hablábamos de filosofía mientras llegabas.

Un día soñaste que cientos de marsupiales parían a tu alrededor,
las tapias estaban adornadas de encaje beige,
como tu ropa interior,
de tu sueño emanaba un olor a jazmines,
como tu sexo.

 

 

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Ilustración/ Gabriela Handal

 

 
2

El alcohol de la tarde
me dejó tirado frente a tu casa.
No recordé tu nombre,
te llamé Luciérnaga y espuma de mar.
Esquizofrénicos insectos reconocieron tu cuerpo,
imitaban cadenciosamente tu andar,
tus caderas aún extrañaban mis manos
y la ribera se quedó esperando otra década.

Bajo tu ventana
tú eras el otoño,
y yo las hojas secas de un octubre muy lejano.

En tus ojos ya era marzo y en un prodigio de vida
eyaculé viento, amapolas y florestas
sobre tu cuerpo fértil de medianoche.
Recordé cuando la cremallera se reventó
y cortó de tajo aquel del mito del hilo dental.
Laredo se cimbró en asombro,
los dadaístas tomaron la ciudad,
los municipales renunciaron en masa
y tus deseos invadieron la ciudad .

La intuición del adiós
cogió de los lagrimales
al último apéndice de urbanidad
que me quedaba.

Después de tanto alcohol
logré recordar, por fin, algunos nombres.

3

… y corrí
por tus calles,
a la izquierda del tiempo,
a contraluz del desatino,
frente a donde dejamos,
una vez, tirada a la soledad.

De las ventanas
se asomaban tus rostros de gestos intercambiables,
rostro que es el mismo a lo largo de un camino de años.
Rostro donde se marcan alas de murciélagos y mariposas,
almendras y besos clandestinos.
Uno de tus rostros me lazó
con tus medias de nylon negro,
estoy seguro que eran
aquellas que llevabas la primera noche;
me volví dócil
como el féretro gris
donde guardábamos
inmemorables tardes de amor.
Y corrí
por el vacío existencial de mi cama
hasta encontrarte en un poema de Apollinaire:

“… Lou es tan bella, tan voluptuosa como una linda chica viciosa,
Pequeño pezón de la dulce noche…”

En los baños de una taberna
dibujé tus lunares.
Tú eras la árida ciudad
y yo vivía de recolectar tus besos.

De noche, tenías los sueños fríos
como el tiempo de lluvias y catarros.

Tirado a media calle, a media noche,
dormía sobre los crematorios de la conciencia,
donde suelen vivir los desamparados.
Luna intacta, cálida lluvia.
Miré hacía todos lados,
pretendida omnisciencia.

Tú eras un meloso tango
y yo plena decadencia.

Es de madrugada.

No te veo
y sonrío.

Acerca de Jacobo Mina

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