Te olí,
cuando la madrugada
abrió sus párpados gastados.
Me gustó el agradable rumor de tus palabras
la cálida tibieza de la lengua
el caracoleo lento de tus dedos
en la superficie tersa
de mi piel expuesta.
Te sentí profundo
en los pétalos mucosos,
pequeños lirios chorreando
humedad en las mañanas.
Me respondió tu entrega, tu grito
el ronco estertor de la batalla.
Después, cansado, me envolvió
el gris pizarra de las tardes
tu sudor recorriéndome las piernas
el hambre gestándose en mi alma.
Las golondrinas oscurecieron
la luz de las ventanas.
Entonces, en la penumbra
tu corazón se abrió como puertas.
Entré sin prisa
dejando todo atrás.
Me quedé en tu aurícula derecha
como un compás abierto.