Padre… ¡Padre, padre!
Un dejo de piel sobre las catacumbas del sexo,
un oráculo que se vive, no se sueña,
se derrama la verja sobre el campo desnudo.
–Hoy no vas con tus hermanos, dirás que quieres acompañarme a la milpa. ¿Entendiste?
–Sí…
¿Por qué otra vez?, aún me duele. Bueno quizá no sea eso, quizá vaya a regañarme por algo… pero le vi esa cara que me da miedo. La última vez…
–Espera, papá, espera…
–Cuál papá; dime que eres mi puta, dilo hija desnaturalizada, dilo…
Las hojas secas se clavaban en mis rodillas, cuando una gota salió de mis ojos y la vi caer. Una hormiga que cargaba un pedazo de comida en sus espaldas, volteó al cielo y se encontró con mis ojos, con sus antenas parecía decirme algo que me asustó, quise moverme pero mi cuerpo fue tumbado al suelo, creo que fue su final.
El temblor recorrió mi vientre, un dolor… Una bofetada en la mejilla y el círculo que siempre se hacía a mí alrededor entre gris y verde…
Mamá se ponía furiosa… sólo un vestido más, ¿qué tiene eso de malo? No es su dinero, es de papá. Mis hermanos me miraban con extrañeza, comprendí que tenían envidia de mí, que era hermosa mucho más que ellos y que por eso papá me quería para él, y para nadie más.
Escuché cuando discutía con mamá y le dio una de sus acostumbradas bofetadas; ella salió llorando, al verme me aventó a la pared, no pude contenerme y le dije:
–Te molestas porque soy mejor que tú…
Días de humedad en medio de mis piernas, humedad en mis ojos. Una gratificación que no comprendía del todo me causó un gozo distinto, el dolor se volvió placer al mirar el rostro de los demás. Comencé a sentir el calor en el cuerpo, quizá era la calentura de él, me llenaba de ese trozo de carne cuando el sol pintaba las nubes como arcoíris en un cielo negro. Los gritos que mi cuerpo me obligaba a decir lo ponían como perro en jauría detrás de una vulva, y mi recompensa era mayor.
Un día me mandó a la iglesia. Hincada, acusé a mis hermanos de envida porque papá me quería tanto. Una bolsa de hostias estaba junto a una botella de vino, la cara del padre se reflejaba en el espejo junto al Señor.
–Bien, hija, híncate frente a mí…