Sonó el gong por primera vez. Cinco hombres cubiertos con una escafandra blanca entraron por la puerta lateral. Minuciosamente se lavaron las manos, se secaron, y al terminar se colocaron unos guantes de goma. Sobre una mesilla de mármol estaban las pinzas, el bisturí, los separadores, las tijeras, el fórceps, las agujas. Un olor penetrante a formol inundó la habitación. Se encendió la fuente de luz central, sobre una plancha de granito estaba el cuerpo desnudo de una mujer. Al sonar el gong por segunda vez los hombres se acercaron lentamente en derredor de la joven, le doblaron las piernas, limpiaron cuidadosamente la zona rasurada del pubis. Resonó por tercera vez el gong, los hombres de blanco introdujeron entre los muslos un fórceps que movieron parsimoniosamente hasta arrastrar con sus asas un feto gelatinoso que colocaron dentro de un frasco de cristal y lo cerraron herméticamente. El gong tañó por cuarta vez, dos cirujanos tomaron el bisturí y trazaron sobre el vientre una línea vertical, después del corte profundo, extrajeron una a una las vísceras aún pulsátiles que depositaron dentro de envases que sellaron con parafina. Otro hombre le sacó los ojos, otro más taladró el cráneo rapado para extraer el cerebro. Cuando repiqueteó el gong por quinta vez, todo había terminado. Fuera del teatro llovía copiosamente, las gotas desdibujaban un letrero: localidades agotadas.
Coatzacoalcos Veracruz noviembre de 1979