Hablaba hace unos días con un grupo de maestros de una primaria pública cuando, por una de esas razones que no se acaban de entender, les comenté que fui a una escuela de experimentación pedagógica que tiene la Normal de maestros, allá por San Cosme. Hoy, que lo veo al tiempo, era como el laboratorio del Dr. House donde una bola de locos trata de educar a otra bola de locos. Y ahí pude ver cómo la vida cotidiana es parte del engranaje mayor del universo y cómo la flecha de tiempo empuja sin detenerse, causando en ocasiones peores destrozos que los tsunamis.
El universo se rige por una flecha de tiempo, la cual lo hace expandirse y transformarse de manera permanente. Qué haga y cómo lo haga, son cosas ajenas a la flecha de tiempo del universo; sin embargo, conforme nos vamos aproximando a él, notamos que todas las galaxias y estructuras que contienen el universo tienen sus propias flechas de tiempo, así como lo que contiene. Esta historia donde se personalizan las flechas de tiempo abarcan absolutamente todo. Hasta hoy no se conoce nada que sea eterno. Todo llega a un fin, según su propia flecha de tiempo.
Cuando llegué a mi planeta, a mi época y a mi lugar, vi algo que me permitió entender algunos de los procesos por los que la cultura ha pasado y ha generado desajustes transgeneracionales (desajustes montados en la flecha) tan graves que hoy vivimos las consecuencias. Estos desajustes se materializan en formas disfuncionales de vida y relación. Lo que somos, lo formó el tiempo.
Las generaciones de hoy presentan un gran reto a los profesionales de la conducta y la educación, ya que muestran parámetros de comportamiento que antes no se daban, revelando claramente cómo ha sido modificada la estructura familiar, lo que nos lleva a tratar de entender cuáles son las pautas culturales que se moverán para mostrar la verdadera cultura del siglo XXI. La flecha del siglo apenas lleva quince añitos.
Paso mi infancia en la flecha de los años sesenta, donde observo cómo se rompen los esquemas tradicionales, alterando de forma profunda y haciendo replantearse el esquema general de valores. Aquello que se pensaba que sería una de las bases morales indestructibles y eternas cayó como torre de naipes ante el embate del sexo, las drogas y el rock and roll. Las mujeres se quitaron el sostén, pero por desgracia al ser la generación piloto, siempre es la generación sacrificada.
Los adultos jóvenes de los años sesenta no pudieron trascender esta forma evolutiva y formaron familias en la más grande ambivalencia, donde todo se vale, pero también todo se exige. Ahí está el origen de personajes tan singulares como Salinas o Bush, los Rolling Stones o Raelianos (los que dejaron su cuerpo para que los extraterrestres se llevaran sus esencias al cosmos).
Quizá el tiro de gracia se da cuando empieza la escalada tecnológica y en los años setenta y ochenta la realidad se transforma de manera radical con dos cosas fundamentales: las redes y la evolución de la tecnología.
Siempre, la vida del ser humano en sociedad había sido limitada y “controlada” para evitar que rompiera los códigos fundamentales de la supervivencia de su especie. Los tótems y los tabúes. Límites en el comportamiento que generan tranquilidad al grupo, así como sanciones claras ante quien los transgrede.
El problema surge cuando la institución religiosa se hace cargo de estos controles. Se ignora que la religión es la última de las instituciones en evolucionar y transformase en los procesos culturales. Pero en fin, en definitiva tuvo a raya los bajos instintos y las conductas socialmente destructivas. Sexo, drogas e internet fueron las pautas que trascendieron y se consolidaron en los ochenta y noventa.
Hoy en día, en la propia flecha de tiempo hay una consecuencia de lo anterior. Pareciera que el tiempo pasa más rápido; como si las cosas se nos vinieran encima. Ya no hay tiempo para nada. La tecnología ha creado su propia flecha de tiempo, la cual va muchísimo más rápido que las flechas humanas. Jamás la alcanzaremos, ya que su crecimiento es exponencial; sin embargo, tal parece que el juego es alcanzarla. Todo pasa con una rapidez tal, que ha propiciado el uso de “aceleradores” y “retardadores” de la realidad. La ropa hoy se compra deslavada y rota; antes eso era parte de un proceso que llevaba un tiempo que ahora no hay.
La profecía de Huxley sobre el mundo feliz se hace cada vez más posible; aunque lo que no ha sido contemplado es que no importa cuán rápido vaya la vida, la sociedad o la tecnología, los procesos emocionales siguen tardando lo mismo que hace 500 años. Éste es un grave desajuste que nunca antes había pasado, el cual el hombre tratará de ocultar con sexo, drogas y tecnología.
En los años setenta se decía que el ser humano había avanzado más en los últimos cincuenta años que en toda su historia. ¿Hoy qué podríamos decir? ¿En realidad hemos avanzado?