Del polen de las estrellas y del índigo de los cielos, se cinceló la figura de una mujer con sexo de leona. Con pasos lentos, se desprendió de la placenta galáctica, y sacudiendo su cabellera de viento, fue expulsada al infinito de la noche. Al morder el pecho de su madre lunar, una arteria láctea brotó del pezón como nova incandescente y se impregnó en el espacio. Cuando lloró por primera vez se formaron las lluvias, el granizo y las nevadas. Su risa de adolescente se filtró como un eco de donde surgieron los huracanes y las tempestades. Al toser, chocaron dos planetas y de la colisión se formó una faja de asteroides. Mientras dormía, de su sueño salieron seis nuevas constelaciones. En su calor de hembra madura, la primera mujer, la de mirada de felino, propició su entrega en los brazos del augusto creador. Durante los movimientos del coito se forjaron los espasmos telúricos y las marejadas, nacieron los volcanes que vomitaron lava y rocas en el momento culminante del orgasmo. Entonces, bajo la mirada dulcemente satisfecha de la primera mujer con garras de efigie, fueron mutando los primeros embriones que generaron un remedo de humanidad antediluviana.
Ciudad de México 1977