Tenía el cuerpo de su hermano muerto encima. Aún entonces sintió que la protegía de todo mal. Cómo siempre, por última vez. Ese 13 de noviembre, día de su cumpleaños quince, su regalo había sido rockear con los amigos en “El Bataclán” de París. Ahí quedaron de verse, a las puertas del teatro. Llegó con su bicicleta morada, la dejó como de costumbre, asegurada a un barandal en la calle. Kamel, su hermano ya la esperaba. Apenas a una hora de iniciado el concierto, todo se vuelve confusión: disparos en el aire, ráfagas de Kalashnikov después, rota la música, gritos, cuerpos ensangrentados caen. Kamel la tira al suelo y la cubre con su cuerpo.
Tras otra ráfaga, estertores violentos y el desplome del peso inerte. La sangre del cuerpo de su hermano, tibia, resbala por el suyo hasta el piso y se une al río que ya se crea. En medio del horror, alcanza a ver al que dispara. Apenas un muchacho, quizá también en sus quince. – ¡Es por lo que ha hecho su presidente en Siria! – grita el muchacho, luego oprime en su cinturón un botón que hace estallar en mil pedazos su propio cuerpo. NEGRO TODO.
Despertó en un hospital. No tenía heridas, sólo la ropa manchada de sangre, la sangre de Kamel. Con el dolor a cuestas regresó al “Bataclán”. No pudo, no quizo llevarse la bicicleta morada que aún atada al barandal, estaba como toda la calle fuera del teatro, cubierta con flores y mensajes de pena, de solidaridad, de amor.
París, Noviembre 2015