Me parece increíble haber vislumbrado la espalda de Tarcila. Ahora puedo dejarme ir en paz. Jamás mis ojos verán de nuevo tal magnificencia. Es tan perfecta la geografía de su torso desnudo, la tersura de su piel aduraznada, la intensidad de sus omoplatos, el arco de su cuello, sus cabellos color miel olorosos a lavanda. Quiero imaginar también las columnas dóricas de sus piernas ocultas por la sábana de satén, sus muslos opulentos, la curvatura delicada de sus nalgas. Complacido, mi retina captó su silueta engarzada en ese ámbito de luz azul agua de mar, su imagen de vestal satisfecha. Por siempre en mi conciencia, en mis sueños, en mi vigilia. En todo mi ser la figura de Tarcila, en el calor de la entrepierna, en el tímpano de mi cólera secreta.