Cuando el avión despegó, dio inicio la última parte de su plan. Lo que sigue, es disfrutar, se decía una y otra vez Esther. La idea le había surgido en diciembre pasado; en enero, ya segura, le compartió a su hijo el proyecto de hacer, ella “sola”, un tour por Europa; en febrero tenía decidido el mejor momento del año para realizar el viaje: justo en la semana de inicio del verano; en marzo, después de haber analizado un sinfín de itinerarios y costos, contrató el tour seleccionado; en abril finiquitó los trámites administrativos, tales como la obtención de su pasaporte; en mayo montó la logística pertinente para garantizar que Altair, su hijo, tuviese a mano todos los recursos —financieros, humanos, materiales y tecnológicos— para sobrevivir (de la mejor forma) las dos semanas de ausencia, demandadas por el tour; a inicios de junio, liquidó la última parcialidad a la agencia de viajes (Esther aceptó pagar el monto total por su viaje, a tres meses sin intereses); a mediados de junio preparó su equipaje y adquirió todo aquello que consideró necesario; a las 6 de la mañana del día 24, del mes de junio, un taxi la recogió en su casa para llevarla al aeropuerto.
A pesar de haber alcanzado los 50 años de vida, Esther nunca había viajado sola; reflexionar este hecho la hacía sentir plena, dichosa, atrevida, por lo cual, desde el trayecto de su casa al aeropuerto, sentía una libertad y una amplitud nunca antes experimentadas. Incluso, quería comentárselo al taxista, pero se contuvo. Al llegar al aeropuerto, mientras el taxista le entregaba sus maletas, Esther sintió esa mirada, esa extraña mirada que le propinaban los hombres —en algunas ocasiones, pocas, también mujeres— cuando estaban a punto de proponerle algo. <<Voy a Europa, en donde la gente es distinta y no andan incomodando a las mujeres en todos lados>>, pensó Esther.
Después de documentar su equipaje se dirigió a la puerta de embarque 24B, ubicada en el sector de salidas internacionales del aeropuerto, en donde ya se encontraban sus compañeros mexicanos de tour, a los cuales identificó de inmediato pues, utilizaban una playera tipo polo, de color verde esmeralda, idéntica a la que ella vestía. Esther observó y contabilizó 23 personas, todos de entre 30 y 35 años; animosa, se integró al grupo, el cual estaba en la fase de romper el hielo y de conocerse, los unos a los otros. Mientras se presentaban uno por uno, se integró al grupo otra mujer, muy delgada, quien gritó: ya regresé. En los siguientes minutos, Esther comprendió que ella era la única persona que viajaba sola, todos los demás viajaban en pareja.
13 mujeres, 12 hombres. Promedio de edad: 36 años. Grado mínimo de estudios: licenciatura. Nivel económico: C+ y algunos B. Casados, el 70%, pensaba Esther, mientras hacía estos, y otros cálculos mentales, segundos antes de su presentación al grupo.
—Hola a todos. Me llamo Esther pero me gusta que me digan Teté. Soy Actuaria, trabajo en la empresa de telecomunicaciones Dulce Porvenir en donde soy responsable de un área de cálculos y mediciones sobre los recursos humanos de la empresa. Es mi sueño, desde hace bastantes años, conocer Europa, principalmente Paris, pero, también Venecia, Roma. De hecho todas las ciudades incluidas en nuestro tour. Soy un poco mayor que ustedes, divorciada, y, tengo un hijo de 20 años que estudia para abogado. Nunca he viajado sola, pero, creo sentirme ya acompañada por ustedes…
—Nosotros te cuidaremos— dijo uno de los hombres del grupo, y de forma casi inmediata el resto de los hombres lo secundó. Entre broma y broma, la mayoría de las mujeres del grupo reclamaban a sus respectivas parejas su caballerosidad, hasta que una de ellas dijo en tono alto: <<entonces, tu vas a conseguirte un esposo, ¿no?>>.
Esther sonrió y decidió ir al baño a refrescarse un poco, antes de abordar el avión con destino a la “ciudad de la luz”, punto de arranque del tour europeo. Mientras se miraba al espejo, quiso llorar: en segundos, pasaban frente a ella cientos de imágenes y recuerdos de las personas que la han deseado y acosado a lo largo de su vida: desde sus profesores en la escuela preparatoria, hasta los profesores de su hijo; los vecinos; compañeros de trabajo; socios; clientes; proveedores. Siempre alguien, siempre. Esther odiaba su cuerpo, sus líneas, su firmeza, su erotismo. Representaba 20 años menos de los que en realidad tenía, era, como si, después de ser abandonada por el padre de Altair, el reloj biológico del cuerpo de Esther se hubiera detenido; era como si tuviese una especie de pacto o trato a lo Dorian G. Sin embargo, nunca, nadie más, volvió a estar dentro de ella. ¿Sería esa su maldición?
Esther salió del baño y al regresar nota un rechazo callado, solo visual, de las mujeres del grupo del tour. Después, abordan el avión. Toman asiento. Se ponen el cinturón. Mientras despega la nave, Esther mira por la ventanilla y se dice una y otra vez, lo que sigue es disfrutar, lo que sigue, es disfrutar.
Ciudad de México, junio de 2016