- Daniel Antonio
En el verano del año 1981, se estrenó en varias salas cinematográficas de la Ciudad de México, una película más de la saga del agente secreto, James Bond: Sólo para tus ojos. En opinión de una buena cantidad de personas, esa clase de películas era, es y será de tipo masculino, por lo que Erika Stein encontró un rechazo generalizado entre sus amigas cuando buscó compañía para presenciar el filme protagonizado por el agente británico, con licencia para matar.
No sin cierto desánimo y, con una cuantiosa pena social, Ericka tomó una decisión por demás valiente: fue sola al cine. Eligió hacerlo en miércoles por la noche, con la esperanza de no encontrar conocidos. Seleccionó un atuendo neutro y a pesar de no necesitarlos, se puso unos lentes de armazón rojo.
Ya en el cine, llevó a cabo el ritual completo: compró una bolsa mediana con palomitas, unas pastillas agridulces Pez y un refresco sabor manzana, tamaño grande, sin hielo. Dentro de la sala había pocas personas y, en efecto, algunas de ellas iban en plan solitario. Después de unos minutos, subió el telón que cubría la pantalla y las luces se apagaron, empezó la película.
Finalizada la introducción de la acción y el personaje principal, empezó a escucharse una canción, era el tema musical de la película; en pantalla se proyectaban siluetas femeninas bailando de forma cadenciosa. La canción era interpretada por una voz femenina, y Ericka, que dominaba la lengua de Shakespeare, se estremeció tanto que, sin quererlo, apretó de más el vaso que contenía el refresco de manzana, mojando sus muslos, el estómago y la resolución de éste.
Quizá transcurridos poco más de quince minutos de la película, una voz masculina saludó en tono bajo a Ericka.
–Shalom.
Después todo sucedió muy rápido. Abraham se sentó al lado de ella, comió de la misma bolsa de palomitas y de las mismas pastillas Pez. Comentaron en susurro aspectos inverosímiles de la película y rieron juntos. Cuando las luces se encendieron, las pupilas de ambos se dilataron, al verse de frente. Fueron a un café cercano.
Abraham escuchó la historia de Ericka sin interrumpir, dando sorbos pequeños a un café muy malo. Cuando llegó su turno, le contó con detalle el evento más importante de su vida: se había convertido al judaísmo. Ya tenía un dominio importante del hebreo y en una cuantas horas abordaría un avión a París, en donde haría una conexión a Jerusalén, lugar al que llegaría para realizar su servicio militar.
Al salir del café, tomaron un taxi y le indicaron al conductor la ruta para pasar primero por la casa de Ericka. Durante el trayecto los tres permanecieron en silencio. Ella pensaba en cuánto le gustaba este hombre surgido de la oscuridad, en la forma de sus dedos, en la pasión con la que hablaba, en que tenían la misma fe y en que era la voluntad de Dios.
Él pensaba en los ojos de esa mujer que encontró entre la oscuridad, en la rítmica forma de mover la cabeza mientras hablaba, en la calidez de su voz, y en que no se había equivocado al pensar que era judía, como él. Quién sabe qué pensaría el taxista.
Llegaron, y justo cuando le abría la puerta, Abraham le dijo:
–Espérame, los meses pasan muy rápido.
Pero no fue así. Los meses pasaron muy lento y para ninguno de los dos eran suficientes las muchas cartas y las pocas llamadas telefónicas. Un año después dejaron de llegar las cartas de Abraham y Ericka fue a buscarlo a Israel, en donde en algún momento del otoño de 1982 desapareció. A pesar de que se registraron múltiples ataques con misiles a Israel, no se contaba con un dato certero sobre Abraham.
En el verano del 2013, Ericka compró en formato blu-ray una copia en alta definición de la película Sólo para tus ojos, a fin sustituir la versión en formato DVD que previamente había sustituido a la de formato VHS, la cual a su vez, sustituyó a la copia en Betamax. Y como cada verano, se sentó sola en su casa, a ver esa aventura del agente Bond, con licencia para matar. Frente a la pantalla, están dos silloncitos, uno de los cuales sigue solo, esperando.
Ciudad de México, mayo de 2015.