Para Jaime Humberto Hermosillo
- José González Gálvez
Un baño de luz desnudó el cuerpo sublime de Sebastián.
Una luz de cuarzo líquido, opalescente luz húmeda.
Adormilado, se giró quedando boca arriba, sus pectorales lampiños oscilaban en un ritmo exageradamente lento.
Sus tetillas pardas, florecieron temprano dentro del compás de un solsticio ebrio.
Los pies delgados, impregnados de lavanda, de aguamiel, exhalaban un perfume dulce y animal al mismo tiempo.
El cabello caía en rizos sobre la almohada, abundante cascada de ajonjolí dorado.
Vi a Sebastián soñando el sueño de los arcángeles.
Diáfano en esa luz cetrina de fines de otoño. Apacible.
No lo interrumpí. Lo dejé navegando en los siete mares de la indulgencia.
En la pacífica brisa que viene de occidente.
El olor de Sebastián, marcó para siempre mi frente con una cruz de dolor.
Hoy, después de varios años, mi cuerpo aún sangra por un costado, y los estigmas son perpetuos como monedas de plata brilladas por la luz eterna.
Noviembre de 2009