Luego de la revolución mexicana y de la urgencia de los nuevos gobiernos por reconstruir la identidad nacional y proyectar un México moderno a través de la apertura de diferentes instituciones, en 1921 durante el gobierno del presidente Obregón se funda bajo responsabilidad del escritor José Vasconcelos, la Secretaría de Educación Pública. Institución cuya misión -entre otras muchas-, será la de abolir el analfabetismo en el país, y apoyar a la creación y difusión de las bellas artes.
Pasados los años la SEP se ramificó hacia diferentes dependencias como el INBA, CONACUTA y el INAH, con el objetivo de que estas nuevas unidades se encargaran directamente del desarrollo de cada área. Evidentemente que para sostener estos proyectos se destinaban presupuestos que alzaban.
Los primeros logros fueron optimistas y prometedores, pero al paso de los años el deterioro de la propia Secretaría y sus unidades, se hizo evidente dados los malos manejos, la corrupción, y por los famosos recortes presupuestales de cada sexenio. Si analizamos lo que ocurrió en todos estos años, encontraremos retrocesos en todas las direcciones. Paradójicamente los ideales bajo los cuales se fundó la SEP, han fracasado rotundamente si consideramos que a casi un siglo después de su fundación, no se ha logrado abolir el analfabetismo en el país, y se apoya mucho menos a la cultura y las artes en relación a lo que ocurría hace varios años. Irónicamente lo que pretende el gobierno actual, es delegar nuevamente a la SEP todas las responsabilidades de la cultura y las artes, y eliminar paulatinamente unidades tan importantes como el INBA, que este año por ejemplo, ni siquiera tuvo presupuesto para cubrir los gastos para la impresión de los carteles del último festival de jazz de la Escuela Superior de Música.
Lo triste de esta historia no es lo que está pasando, si no lo que no ha pasado, y es la falta de compromiso de quienes se supone son los interlocutores entre el pueblo y el gobierno, es decir, los artistas. El arte como herramienta para transformar la política, ha fracasando en México y en gran parte es por responsabilidad de los propios artistas y su falta de compromiso político, y no me refiero solo a una filiación partidista. Hoy en día no existe siquiera un vínculo entre intelectuales, artistas y gobierno, o algún tipo de participación directa del artista como actor político, salvo escasas excepciones.
Es evidente que el aparato represor y mediático del gobierno y los medios, ha sacudido también al artista. El éxito y crecimiento del mercado del espectáculo, el entretenimiento y el marketing en México, ha seducido a muchos artistas, quienes han optado por asegurar su estabilidad económica en estas áreas, en decremento de su propia producción artística.
En nuestros días es común que el artista trabaje sin ningún problema haciendo publicidad, o para algún político de medio pelo que recurre al arte como mecanismo para promover y validar sus logros. Otros tantos se sostienen de las escasas becas y proyectos que el gobierno aún ha dejado vivos, o haciendo clases en escuelas. Los artistas más “hábiles”, viven gracias a un buen agente que los ha logrado colocar y promover en el mercado global del arte, o terminan por administrar museos, galerías, escuelas, y casas culturales, pero en general, el artista ha aceptado el juego mediático que le ha impuesto el propio medio, por lo que le da pereza cuestionarse muchas cosas en una época en donde el arte, su producción y su consumo, se han trivializado.
Hace mucho que en México no se habla de arte y política tan fervientemente como en otras épocas; hace mucho que al artista mexicano no le hace falta chamba o algún huesito; hace mucho que el artista mexicano no se mueve de la comodidad de su entorno (sus mercaderes, sus fiestas, sus amigos, sus expos, sus conciertos), y tristemente, hace mucho que el artista no sabe donde está parado.
Si bien México tiene un enorme potencial artístico y musical, en donde hay personajes consecuentes y comprometidos con mensajes de reflexión y contienda a través de sus obras, es triste que exista tanto conformismo por parte de la mayoría de quienes se hacen llamar “artistas”, por lo que cabe la pregunta, ¿de quién será responsabilidad si desaparece el INBA y los presupuestos para la cultura y las artes?.