El ruido bullía misteriosamente de entre los pantanos. Sentía temor y sin embargo había acudido a la cita. No tuve que esperar mucho tiempo, ella se acercó lenta, pausadamente, como imagen etérea a través de una clepsidra. Al llegar frente a mí, olí que su cuerpo despedía un tufo a hongos podridos y líquenes viejos, un olor penetrante como el que tienen las cosas que han estado guardadas durante mucho tiempo. Quiso hablar, pero al hacerlo, su voz se perdió envuelta en un bisbiseo; entonces me abrazó, pero sus brazos y todo su cuerpo me atravesaron como una ráfaga de aire caliente y penosamente antiguo. Al voltear a verla, su imagen deshilachada se confundió con las sombras, entre árboles desnudos y retorcidos, entre desfiladeros sin fondo. Cuando apareció el alba, únicamente perduraba el incesante chasquido de los labios al besarse.
Coatzacoalcos Veracruz, 3 de junio de 1980