Miércoles 20 de abril, 10:30 horas. Tomé el auricular y marqué su número. Me contestó una voz de mujer madura, la señora Isabel, dama de compañía eterna de la casa y sus habitantes. Pedí hablar con la señora Poniatowska. Después de unos segundos, me respondió Elena, con esa voz amable que la caracteriza me dio las gracias por el saludo y acordamos vernos en su casa a las seis de la tarde.
Era un atardecer lluvioso y frío. El parque, debido al cambio climatológico, estaba casi vacío. Unos niños corrían tras una pelota. Enchamarrado, con bufanda y una docena de flores bajo el brazo, entre azucenas y alcatraces, miraba insistentemente mi reloj de pulso esperando que dieran las seis. Muy seguro, crucé la calle para entrar a esa zona residencial privilegiada detenida en el tiempo: con sus estrechas calles empedradas, sus árboles de pirul, sus casas de otra época pintadas de azul o marrón, sus ventanas enrejadas, sus banquetas barridas y con un aire limpio, recién lavado por la lluvia. Me detuve frente al portón de madera y pulsé el timbre. Me respondió la voz de su hijo Felipe.
–¿Quién es?
Trémulo, con la boca pastosa, respondí casi ahogándome:
–Tengo cita con la señora Poniatowska.
Felipe me abrió el portón y me pasó a través del comedor a la sala recibidor.
–Mi mamá baja en un momento.
Mientras esperaba, no pude resistir la tentación de echar un vistazo. Divide la estancia del comedor un cancel de madera donde hay botellas de cristal de colores, cerámica de Talavera, barro negro de Oaxaca, guajes y jícaras. En los estantes a modo de libreros, hay volúmenes con la vida y obra de Frida Kahlo, Carmen Parra y José Luis Cuevas, entre otros. En las paredes cuelgan cuadros y fotografías en color sepia, posiblemente de familiares, y junto a la ventana, un diminuto juego de café en porcelana blanca. En el otro extremo un hermoso piano antiguo sirve de descanso a un gato pachón que me mira fijamente con sus ojos almendrados. En ese momento bajó la anfitriona, y esa estocada que me molesta siempre que estoy nervioso, me subió del estómago a la boca. Frente a mí estaba Elena, muy Elena, con su sonrisa grata y su mirada de amiga. Una Elena expuesta, abordable, de fácil entrega a la plática. Nos saludamos y pasamos a sentarnos a la sala.
–¿Cómo se encuentra su mamá?, por teléfono me dijo que estaba enferma.
–Sí, pobre, se cayó y se fracturó la cabeza del fémur. Tengo gastritis tal vez por la situación, los nervios, usted sabe. Ya es grande. Este fin de semana voy a cuidarla. Hace un poco de frío, déjeme cerrar la puerta.
–Vengo a saludarla en representación de los integrantes del Taller “Bernal Díaz del Castillo”.
Le entrego las flores. Las abraza, sonríe y dice:
–Son bellas.
–Alcatraces, los fotografío Tina Modotti y los pintó Diego Rivera. Siempre me han gustado estas flores, Elena, me parecen sublimes, mágicas, por eso decidí traérselas.
Después de un momento le entrego también un pequeño estuche circular, que abre con curiosidad de niña y se permite una ligera sonrisa. Es un dije de oro en forma de corazón. Se quita la cadena, ensarta el colgante y se lo coloca en el cuello.
–Mire, tengo otro corazón más pequeño, es de plata, una artesanía.
Me lo enseña, son varios los dijes que están en la cadena.
–Es precioso, gracias, Doctor. Cuénteme cómo van las cosas en el Taller.
–En esta nueva etapa que iniciamos, estamos leyendo los cuentos de Juan José Arreola.
–Qué bueno. Excelente.
–Pero también hemos leído la obra cuentística de Gabriel García Márquez, de Silvina Ocampo, de Juan Rulfo, de Alfonso Reyes, de Augusto Monterroso, de José Emilio Pacheco y de Carlos Fuentes.
Trabajamos mucho. Empezamos nuevamente con nuestro Certamen de Cuento Corto. Esperamos contar como siempre con su valiosa ayuda como jurado calificador.
–Ya sabe, Doctor, que cuenta con mi participación, como todos los años. ¿Cómo funciona la Casa de Cultura en Coatzacoalcos?
–Marcha con paso seguro gracias a la dirección atinada de Angélica; la Licenciada Carmona es una mujer muy entrona, no le teme a nada, lucha a brazo partido contra toda corriente.
–Conozco la Casa de Cultura de Tlacotalpan, Rubén Aguirre Tinoco es mi amigo.
–No sé, parece que se encuentra cerrada por falta de mantenimiento. No estoy seguro.
–Sería una lástima para todas las Casas de Cultura.
–Elena, cuénteme de su jardín. Desde la entrada parece recibirlo a uno con las ramas abiertas. Es muy húmedo, muy verde, una segunda piel, las buganvillas, los plúmbagos, las azaleas, la hiedra…
Ella me mira complacida, yo también la miro, mientras me emociono hablando de un tema que nos es común. Entonces la imagino hincada, sembrando, de puntillas podando algún retoño, colocando flores en losjarrones, cuidando de la enredadera, un ciso precioso que crece dentro de una maceta de loza, junto a la escalera.
–Me gustan las plantas, dentro de la casa tengo algunas pequeñas. Y al decirlo, su rostro se enciende, se ilumina de una luz verde.
–En Catemaco, Elena, cerca de Coatzacoalcos, crecen variedades estupendas, la tierra es sorprendente, intensamente fértil.
–¿Ha estado en otras ocasiones en la Ciudad de México? –me pregunta, interesada.
–Sí, claro, aprovecho para ver exposiciones de pintura. He visto las de Carla Ripley y Remedios Varo.
–¿Y qué le han parecido?
–Fabulosas. Las dos son unas mujeres increíbles. Su obra es magnífica, sin edad, rodeada de un halo de espiritualidad y belleza. Elena, su gato es hermoso.
–Son callejeros, Paula los levanta y aquí están.
Como si el felino nos hubiese escuchado, se levanta con modorra, nos ve y lentamente se desliza hasta el suelo.
–Una última pregunta, ¿Pita Amor es su familiar?
Me mira con cierto recelo.
–Es prima hermana de mi mamá. Paula fue a la exposición que montaron en el estudio Diego Rivera, es aquí cerca, puede aprovechar para verla.
La exposición a la que hace referencia, es una muestra iconográfica titulada “Una historia de amor llamada Pita”, como homenaje a su vida y obra, ahora que Pita está a punto de cumplir 74 años.
Ha llegado el momento de dar por terminada nuestra conversación, aunque quisiera alargar el final hasta lo máximo, porque platicar con Elena no es cosa de todos los días. Estos 45 minutos son imperecederos. Me obsequia su libro Todo México II que contiene entrevistas hechas por ella a personalidades como Lola Álvarez Bravo, María Izquierdo y León Felipe, entre otros. Me acompaña a la puerta, le doy un beso en la mejilla derecha.
Afuera hace frío. Subo el cierre de la chamarra y aprieto fuertemente contra mí el libro autografiado…
Ciudad de México, 20 de abril de 1994.