Con los cinco sentidos
El olor a sexo, en particular a semen, a su semen, me perturbó.
Miré el lecho con las sábanas revueltas, desdibujadas.
Con las yemas de los dedos fui recorriendo los pliegues, como si ellos me pudieran trasmitir los movimientos que los habían provocado.
Debí sentir rabia, celos, asco, pero lo único que apareció, fue el deseo.
En el espejo; había un beso estampado con bilet y un recado: “Hasta pronto”. Puse mis boca contra ese beso; quise sentir el sabor que él había tenido en sus labios al besarla.
Oí pasos subiendo la escalera: corrí hacia el
pasillo; alcancé a esconderme en el resquicio de la puerta de al lado.
Era él, venía sólo. No pude ver su reacción ante la puerta abierta de su departamento.
Solo escuché el accionar del cerrojo por dentro.
Octubre 2013
Vidrios rotos
Tan duro fue el último golpe, que de un tajo se desprenden de su rostro y quedan ya enturbiados por la sangre, a tres metros de distancia.
Así, con sus gruesos vidrios redondos estrellados, no parecen valer nada, pero cuando sus mejores tiempos, sin ellos, no hubieran podido escribirse cientos de páginas que dan cuenta de injusticias y terrores y de cómo deben ser las cosas entre los seres humanos: cómo la solidaridad, cómo la equidad, cómo la igualdad.
Y es que los ojos a los que han servido, eran bastante miopes. Y digo en pasado porque en estos momentos, mientras yacen en el piso hechos añicos, a tres metros de distancia, el piolet del verdugo cumplió cabal su cometido; León Trotsky, ya sin vida, está de bruces sobre el escritorio.
Septiembre 2013
- Rosamarta Fernández