Duerme aquí, silencios e ignorado,
el que en vida vivió mil y una muertes.
Xavier Villaurrutia
Para Angélica Carmona
E scucha, recorres la necrópolis, el magno recinto de arquitectura neoclásica. Monumento decimonónico. Urbe impenetrable, laberíntica, ordenada dentro del caos. Caminas lentamente, tropezando con volutas de niebla, acarreando un sudario de bostezos. En vigilia, con un frio inmisericorde que te corta los huesos y te lame las entrañas como medusas de hielo. Pisando las huellas de cientos de ánimas, hilachos podridos que acudieron puntuales a la cita con el péndulo.
Los árboles desnudos tienen las ramas ateridas y los troncos rugosos. Silenciosos centinelas del silencio, que perdieron las lenguas verdes y los ojos se les cayeron como castañas podridas. Las hojas secas se arrastran empujadas por el viento, dentro de un enmudecido condominio de huesos en polvo, perturbados a veces por el graznido obsceno de los cuervos.
Bellos mausoleos de mármol y granito, resguardados por pesadas puertas cubiertas de herrumbre, profanados por la soledad, violados por la miseria del olvido. Suntuoso columbario, que guarda las cenizas frías de muchas palabras que crepitaron en los hornos del adiós. Cementerio de voces que ayer gritaron. Hoy solo son lamentos que se confunden con el ulular tranquilo del viento.
Gritó el Rey Lagarto, y su agonía en la tina de baño se confundió con el sopor dulzón de los sueños artificiales. LIGTH MY FIRE aulló Jim Morrison, y el fuego se extinguió con todo y pabilo. Bramaron de dolor los HOMBRES DE MAIZ de Miguel Angel Asturias, y su mitología fue traicionada por la dictadura atroz de los emperadores del miedo. Cantó María Callas el aria triste de la ópera NORMA, cuando el desconsuelo se volvió miedo en el refugio de su orfandad. Gritaron también Edith Piaf, Frédéric Chopin, Isadora Duncan, Amedeo Modigliani, Paul Éluard, René Lalique, George Bizet, Sarah Bernhardt, Gustave Doré, Max Ernest y Oscar Wilde, que ahora duermen arrullados por los ángeles que en invierno se cubren de muérdago.
CEMENTERIO MARINO de Paul Valéry, que en sus primeros versos menciona esas tumbas que palpitan bajo el sol de mediodía, ese panteón de sal que se desborda en los límites del dolor ajeno.
En París, una mañana húmeda de 2004