Mientras la Cocina empezaba a preparar el desayuno, sacando del horno el pan fresco que acababa de cocer, preparando el café y el jugo de naranja, el ambiente de la Recámara se adaptó poco a poco a la temperatura óptima para el despertar. Una música suave subió de las esquinas de la cama y, siguiendo el estado fisiológico del durmiente, se hizo más insistente. Cuando él abrió los ojos, la luz estaba clara, pero sin exceso. La cobija se deslizó sola y un pequeño robot le colocó las pantuflas mientras decía:
–Buenos días, su Señoría, ¿durmió bien?
Las cortinas se abrieron sobre un jardín, 87 pisos más abajo.
–Hace muy bonito tiempo, hoy día, su Señoría.
Mientras desayunaba, miró –sobre la pantalla que ocupaba toda una pared–, las noticias que su Sistema Informativo había seleccionado para él. Como estaba apasionado por el Campeonato del Mundo, éste ocupó casi la totalidad del boletín, con un enfoque especial sobre su equipo favorito. Otra noticia hablaba de una actriz que le fascinaba. No tuvo un pensamiento para su vecino, cuyo boletín hablaba de la guerra en el Medio Oriente y la economía mundial.
Salió del Baño, que le había preparado un delicioso baño tibio, perfumado con sus esencias preferidas. También le había dado un masaje suave en los pies, antes de ofrecerle un elegante traje perfectamente planchado. Una voz cadenciosa le susurró:
–Una llamada para usted, su Señoría. Es Claudia, se encuentra en Mazatlán.
Cuando él dijo “pásamela”, la cara de Claudia apareció sobre la pantalla. Después de darse un beso por teletactilófono, él le dio la noticia:
–¡Ya está decidido! Me mudo a un Departamento mucho más agradable en el piso 183, en el más lujoso barrio de la ciudad. Estoy encantado.
De repente se cortó la comunicación, lo que jamás había ocurrido. Él dejó unos segundos que el Sistema restableciera la línea antes de insistir.
–¡Carajo! Ponme en contacto con Claudia.
Nada ocurrió. Contrariado, fue hacia la Cocina por un último cafecito antes de salir. La puerta de la Cocina, siempre pronta a abrirse cuando se aproximaba, se quedó bloqueada hasta que él gritó:
–¡Ábrete! ¡Carajo!
Su café hervía a borbotones y el tostador escupió con violencia dos rebanadas carbonizadas. Furioso, ordenó:
–¡Llamada de emergencia a mantenimiento!
En la entrada no había algún robot para ponerle y atarle los zapatos. Tuvo que agacharse para encontrar un par de zapatos negros que acababan de ser boleados de amarillo. Se puso el saco sin darse cuenta de que tenía una gran mancha café en la espalda. La Puerta no se abrió sola, y él no escuchó el usual “Buen día, su Señoría, nos vemos en la noche”. Se preguntó si la Cocina le prepararía la suntuosa cena que pidió para los amigos que había invitado.
Se aproximó al conjunto de dieciséis elevadores. Ya había pensado que en el inconcebible caso de que se descompusiera uno, podían pasar semanas antes de que alguien se diera cuenta. Después de esperar mucho más que de costumbre, una cabina se abrió, estaba vacía. Muy contrariado, entró y dijo:
–¡Planta baja!
La puerta se cerró y la cabina empezó un viaje con fuertes aceleraciones, caídas y bloqueos inesperados. Le pareció que a veces subía, a veces bajaba. La luz se apagó y la temperatura se volvió insoportable. Gritó:
–¡Llama a mantenimiento! ¡A los vigilantes! ¡Socorro! ¡Los bomberos!
No hubo respuesta. Finalmente la cabina se detuvo entre los pisos 87 y 88 en un silencio total. Sobre la pantalla de la cabina se leía: “No me abandonarás, Señoría”.