Séverine terminó de leer el penúltimo capítulo de la novela, y después de cerrarlo se quedó pensativa, inquieta supuso que toda esa lectura bien podría tratarse de una burla del destino, o que tal vez todo fuera una equivocación. No podía imaginar que el contenido revelara en forma tan cruel la trama exacta de su mente febril y enfermiza. Dócil como acostumbraba, ni siquiera se movió para que Pierre no sospechara de su inquietud, para que su angustia creciente no la delatara. En la chimenea el fuego estaba por extinguirse, sintió frio y su piel se erizó por los poros, abierta, suplicante. Él la miró amoroso, complaciente, y ella solo pudo devolverle una sonrisa forzada. Recordó nuevamente la novela, inquieta no quiso saber el desenlace, y en un giro la arrojó a las últimas llamas. Pierre se asustó, pero acostumbrado a la actitud de su esposa, no le dijo nada. Séverine lo deseó en ese mismo momento, lo deseó con un hambre carnal, quería que Pierre la tomara entre sus brazos y la estrujara con fuerza, que le rasgara la blusa y le pellizcara los pezones, pero no, él estaba fuera de todo movimiento que significara violencia. Lo tomo del brazo y en silencio se fueron a acostar. Esa noche Séverine soñó con Buñuel.
Coatzacoalcos Veracruz febrero de 1980