AMAR O MORIR XI ALEX

  S  u esbeltez se desplaza ondulante por los pasillos del penal de Santa Marhta Acatitla, mirando al mundo con el rabillo del ojo desde un metro ochenta. Parece un personaje escapado de otra obra, otro paisaje; fuera de lugar. Su rostro altivo, con perfecto maquillaje, sonríe poco. Se expresa a media voz, sopesa las palabras. Poco a poco se abre, en apariencia distante de su propia historia. Solo por momentos, un brillo acuoso en la mirada, la delata.

Fuimos cinco hermanos, tres mujeres, dos varones. Todos de la misma mamá, con diferente papá. Nací en 1989. Recuerdo bonita mi infancia, hasta que todo se quebró. Mi papá se metió con mi hermana Yamila, de dieciséis años, él de veintiocho. Mientas mi madre salía a trabajar, nos sacaban de la casa para hacer sus cosas. Yo tenía seis años, mi hermano nueve, el chico uno. Los vecinos nos daban de comer. Cuando mi mamá se enteró, se puso como loca. Con un cuchillo, picó a mi papá, que se arrastraba desangrándose. Nosotros nos abrazamos aterrados. Lo corrió de la casa. Mi hermana se fue con él, llevándose a una su hijita que había tenido con otro. Desde ahí, la infancia me fue difícil. Mi mamá trabajaba en casas para mantener a mis dos hermanos y a mí. Cuando cumplí doce años, se juntó con otro hombre. Dejó de atendernos. Pasamos hambre. Mi hermano, a los catorce, empezó a robar casas para mantenernos. Es el único que me ha apoyado siempre. Vivíamos lo mismo. Él, robando, me ayudaba. Luego, me enseñó, robábamos juntos a cuenta habientes. Al principio con mucho miedo, yo me formaba, compraba dólares y los cambiaba, veía quien sacaba más dinero, salía y le decía. Él, con otros, seguían en carro al cuenta habiente y lo asaltaban. Luego nos repartíamos. Llegamos a sacar cien mil pesos en una operación. Le dábamos de ahí a mi mamá. Con eso fincó su casa.
Mi hermana Yamila que ya hacía la calle, me llevó a trabajar con policías estatales. A los doce años, me paraba en la calzada de Tlalpan con minifalda y corsé. ya tenía un cuerpo medio de señorita. Subía al carro del cliente, –seiscientos por la acostada y mil quinientos la hora– le decía. Al llegar al hotel, aparecían los policías, me bajaban del carro y lo extorsionaban por corrupción y trata de menores. Le pedían bastante para dejarlo ir. Me daban mi parte. Eran cumplidos. Me cuidaban.

 

Mi primera relación sexual fue con un vecino. Yo de trece, él de catorce, en casa de mi mamá. Nos besamos …y ya. Me cuidó, usamos preservativo. Fue bonito. De ahí hasta los quince años, que me junté con Armando, policía, de treinta y dos. Diecisiete más que yo. Casado. Yo ya no quería vivir con mi mamá. Se me acercó: regalos, cenas, mariachis. Me dicen que vi en él lo que no tuve con mi papá. Ahora me doy cuenta. Al principio la relación íntima, bien. Luego ya lo hacía por compromiso. Me golpeaba cuando tomaba. Se venía rápido y se volteaba. Ningún placer.

Tuve mi primer hijo a los dieciséis. Recién parida, Armando se metió con una de mis hermanas. Mucho dolor. Me separé de él. Al año regresó. Me embarazó de mi segundo hijo. Me llevó a vivir a Toluca. Su esposa acababa de fallecer. Me puso a cargo de sus hijos, el mayor de catorce, otro de ocho y uno de meses. La pasé mal. Maltratos, golpes. Me tenía vigilada por sus hijos a quienes yo tenía que cuidar. El muchacho de catorce, acabó enamorándose de mi. Armando, furioso. Lo golpeó muy feo. El hijo se fue.

Él trabajaba también robando a cuenta habientes. Al año, lo apresaron. Lo recluyeron en el Oriente. Yo tenía 19 años. Me puse a trabajar la calle en Tlalpan para atender a mis hijos. Por cuatro años lo visité en la cárcel. Sentía que teniendo dos hijos suyos, era mi responsabilidad. Al quinto año, salió de prisión, sin avisarme. Luego supe que lo mataron. Me sentí muy sola. El mundo se me cerraba. Mi trabajo me salvó. Corrí con suerte. Los clientes, de los que algunas eran mujeres, me trataban bien. Pude seguir viendo por mis hijos. Fuimos a vivir con mi madre. Ella los cuidaba mientras yo trabajaba toda la noche. De día dormía. Casi no los veía.

Con los clientes soy de una sexualidad pasiva. Los dejo hacer. Pocas veces he tenido orgasmos, nunca con el papá de mis hijos. El primero fue hace 7 años, con un cliente. Yo sorprendida de lo que sentí. Demasiados hombres en mi cama, y hasta ahí conocí el placer.

A los 22 años, empecé a conseguir chicas para que trabajaran conmigo. Usan el lugar. Yo les cobraba por cliente o por noche.

Una compañera de treinta y ocho años que trabajaba con nosotras en Tlalpan, nos denunció por trata. Nos acusa de obligarla a prostituirse, amenazándola con un arma. Cuando nos leyeron la declaración en el juzgado, supe que fue ella quien nos denunció. Desde tiempo atrás quería mi lugar. Detuvieron a mi papá que nos transportaba a los lugares, y a mi. Los dos acusados de trata. Mi hermana Yamila se quedaba en casa. Se drogaba mucho con piedra. No la detuvieron.

Nos llevaron al bunker por tres días. Sin torturas. Me trajeron a Santa Martha. Tenía veintitrés años. Fue en diciembre. Mucho frío. Veinticuatro en una estancia para siete. Dormía en el piso. Me levantaban a las tres de la mañana. A las cinco me sacaban para ir a audiencias al Oriente. La juez nos criticaba mucho. Decía que no nos quería ni ver. Me echaron dieciséis años. Llevo siete recluida. Mi mamá movió abogados, hasta que se acabó el dinero. Mi hermana mayor, me robó. Quedamos sin recursos. Mi papá está en el Oriente. Él tiene dos denuncias más.
Al año de estar aquí, supe por mi mamá que a mi hermana Yamila la sacaron de su casa. A los tres días apareció su cuerpo en un baldío, sin cabeza. Mi mamá se hundió. Empezó a enfermarse. Vino a decirme que mejor hubiera muerto yo. Me dolió. Yamila Dejó cinco hijos. Una de antes de juntarse con mi papá, tres tuvo con él y una niña de otra relación.

Mi madre murió hace tres meses, de cáncer de pulmón. Fumaba dos cajas al día. Me hace mucha falta. Mis hijos de diez y doce, quedaron desprotegidos. Sin más opciones, los mandé a una Institución. PAIDI.* Cada mes, los traen a visitarme. Ellos dicen que los tienen bien. Sacan calificaciones de ocho y nueve. Me felicitan, pero no sé si es cierto. Es lo más doloroso. No poder verlos todos los días, atenderlos, cuidarlos. Eso quisiera hacer ahora. Veo todo lo que he perdido por mi trabajo nocturno.

Al año de estar aquí, en el juzgado del Oriente, conocí a Oscar. Me manda llamar, me acerco, comemos juntos. Me da su número de teléfono. Le llamo al otro día. Se da la relación. Él de cuarenta años, yo de veinticuatro. Hablábamos dos horas. Estaba por robo de auto. Era casado. Nos vemos a los quince días en el juzgado. En el pasillo, nos damos un primer beso. Saqué la autorización de que me llevaran los días de visita, a ver a mi papá, preso en el Oriente. Oscar bajaba a verme. Me enamoré. La única vez que me ha pasado. Duró los tres años que él tardó en salir. Quince días después, vino a verme con mis hijos. Al mes y medio, supe por un periódico que lo mataron de tres tiros en la cabeza. Lo lloro. No sé dónde quedó. A él sí lo quise demasiado. A la fecha, no lo olvido. Agradezco haber conocido el amor.
La vida aquí es difícil. Perdidas mi hermana, mi mamá y mi pareja. Tener a mis hermanos en la cárcel, a mis hijos en una Institución. Todo tristeza.

Decía mi mamá: “Da sin esperar”. En Santa Martha he dado a otras y me ha salido mal. Daba todo a una amiga. Cuando se fue, había pedido dinero a mi nombre.

Aquí me he peleado mucho. Nos damos duro. Desde niña me gustaba. Cuando ya no podía de la rabia, provocaba a cualquiera en la calle para poder pelear y sacar mi coraje. Así me calmaba. Varias veces me han subido al módulo de castigo. Permaneces aislada. No me molesta. No soy sociable. Camino sola. No tengo amigas.

Estudié aquí la preparatoria. He llevado Zumba, danza africana, deporte, Sicología contra el suicidio, Co dependencia. Me gusta aprender, hacer las cosas. Me siento útil y estudiar abona para una posible reducción de pena.
He tenido relaciones con dos mujeres, una de cincuenta y cinco años. Vendía vicio. La apresaron. Luego aquí, con una custodia. Me gustaba mucho. Me sacaba de madrugada. Tuvimos relaciones seis o siete veces. La cambiaron de penal. Hace 3 meses que no la veo.

Hoy me pesa la soledad. Siento que hay cosas en mi que han cambiado. Me he vuelto más tolerante. Tengo un año sin pelear. Ahora me duele ver el sufrimiento de otras. Antes no me lo planteaba, era más fría, indiferente.
Voy para 7 años, me faltan 4 para compurgar. Acabo de meter amparo, en 5 meses, espero la resolución.
Al salir, ya no trabajaría en lo mismo. Me da miedo que mis hijos repitan mi historia. Me gustaría conseguir un hombre de mucho dinero, que me tuviera bien, poder seguir educándolos y también ayudar a otros.

 

Acerca de Rosamarta Fernández

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