La relación con Rodrigo, el rockero, era abierta. Aceptaba mis relaciones con mujeres. Le divertía. Solo pedía que no lo engañara con ningún cabrón. Duramos dos años. Sin embargo, decidí terminar con él. Cada mes temía que no me bajara la regla. Vivía en la zozobra de quedar embarazada. Ya me era claro que emocionalmente me atraen las mujeres, pero cuando tomaba, necesitaba estar con un hombre, que me penetrara. Tuve relaciones con varios. No puedo tener orgasmo durante una relación sexual con hombre o mujer. Lo logro después de la relación, cuando estoy sola, en mayor intimidad. Conozco mi cuerpo, se qué accionar y cómo lanzar la imaginación para tenerlo. Seguí yendo a la Escuela de Artes Gráficas y seguía bebiendo. Empecé a tomar pastillas Valium con alcohol. Llegaba así a casa. Mi mamá ya estaba harta. Yo también de sus reclamos. Conocí a Selene, también alcohólica. Se enamoró de mi. Yo no sentía atracción sexual, ella sí. Para salir de mi casa, me fui a vivir con ella en hoteles. Nuestra relación sexual fue más fuerte que con Abril. Fungía como activa. La penetraba. Conocí a su prima que sí me atrajo sexualmente. Selene me pidió que no me metiera con ella, pero “me aventaba el calzón”. Me fui con ella unos días, yo de 19 años, ella de 16. Anduvimos en hoteles. Al regresar, la fui a dejar a su casa, para que le dijera a su mamá que había estado conmigo. Selene y la mamá, furiosas nos esperaban. Me denunciaron por corrupción de menores. Me metieron a la cárcel en Los Reyes, La Paz. Estuve presa 4 días, sin poder comunicarme con mi mamá. Yo, aún estando en la “rumba”, la llamaba. Opté por cortarme las muñecas para que me sacaran de ahí. Lo hice abriendo un anillo que me había regalado Abril. Y sí. Me llevaron al Molino de las Flores en Texcoco, una cárcel denigrante: Teníamos que ir al baño en un bote dentro de la celda. Quería morirme de angustia, coraje, también por pendeja. Le pedí a la enfermera que me suturaba que llamara a mi mamá. En la primera audiencia, llegó. También Abril. El proceso duró siete meses. No alcanzaba a ver la magnitud de en qué me había metido. Mi esperanza era que mi mamá convencieran a Selene de retirar la demanda. Lo logró, cediendo un terreno al abogado para solventar los gastos. Selene se desistió, dijo que su prima era adicta. Salí absuelta. La mamá y la niña, siendo americanas, se fueron a Estados Unidos. No las vi más. Viví unos meses con mi mamá. A Abril la corrieron de su casa por la relación lésbica que tenía conmigo. Ella trabajaba de fichera en un salón de baile. Yo entré también a trabajar ahí. Me gustaba porque podía beber lo que quisiera. Juntamos dinero y rentamos un departamento. Abril consiguió otro trabajo. Yo seguí de fichera hasta que empecé a trabajar con un fotógrafo. El alcohol me provocaba actitudes libertinas. Me metí con él y también con otros hombres, pero seguía con Abril. Era una vida extraña. La seguía queriendo, pero me molestaban sus inhibiciones. El amor decreció. Me sentía triste, deprimida. Cuando ella se iba con sus papás, yo tomaba, me acostaba con hombres. No me gustaba ser infiel. Discutíamos. Me perdonaba y seguíamos. Ella vivía aferrada a mi. Conocí un italiano, con el que fui a tomar peyote a Chiapas. Tuvimos sexo. Nada me satisfacía. Al regresar, Abril y yo conocimos unas chicas, hicimos un cuarteto. Nos acariciábamos y besábamos. Me sentía insegura. Luego tuvimos relaciones sólo con una de ellas. Se vino a vivir con nosotras. Yo hacía el amor con Abril y me pasaba con la otra. Tuvimos también relaciones las dos con un hombre, sin mayor satisfacción. Abril protestó. Decía que sólo aceptaba la situación para preservar nuestra relación. Llevábamos ya ocho años viviendo juntas. Ella trabajaba en una cafetería, yo hacía copias de cuadros a granel para un vendedor. Botero, Rivera, Picasso. No tenía formación pictórica, solo de libros y experimentando. Poca de dibujo, con los cursos de la escuela, pero resultó. Los envejecíamos con una laca. Se vendían bien. La relación con Abril, tronó. No vivíamos a gusto la convivencia a tres. Se fue a vivir con otra amiga. Yo me quedé con la chava del trío. Ya no funcionó. Me deprimí. Empecé a inhalar coca junto con alcohol.
Me sentía muy mal. Volví a la casa de mi mamá. Alguien me dio el mensaje de Doble A. Quise seguirlo para dejar de tomar y poder continuar con Abril. Entré a un grupo de homosexuales. Me dijeron estaba bien, así no me engancharía. Me apadrinó un gay que tenía dos años de no beber. Me sentía protegida. En su alucine místico, “el padrino” decía que yo era encarnación de la Virgen María. Me enviaba cartitas -Eres mi rayo de sol-. En una, ya me dijo que estaba enamorado de mi. No me gustó. Lo corrieron del grupo por romper las reglas. Yo seguí. Fui recuperando la conexión con la vida, con la energía de realizar cosas, con el placer de dibujar. Dejé de tomar por cuatro años. Seguía pintando cuadros, como obrera para el vendedor. Ya por mi cuenta hice una copia al óleo de “Florero con lirios” de Van Gogh. Le pedí que su espíritu se metiera en mi. Lo vendí muy bien. También hice dibujos coloreados eróticos que se exhibieron en una exposición “Entre espasmos y orgasmos”, en una Casa de Cultura por Iztapalapa. Sobrevivía trabajando como secretaria, mesera en cafeterías, vendiendo dulces. Me relacioné con una chica que era “machín”. Usaba un pene en la relación, yo la dejaba. Era bulímica, con muchos problemas emocionales. Anduve luego con otra, estudiaba Ingeniería. Alcohólica, muy dominante, grosera, infiel. No me agradaba. No fueron relaciones completas.
Veía a Abril, pero ella estaba cada vez más lejos, ya en relación con otra chava músico, Eloísa. Seguí sin tomar, pero emocionalmente, me sentía insegura por no avanzar en lo profesional. Trabajé como restauradora de inmuebles, patrimonio de la Nación, reparando paredes, losetas, madera. Un hombre me invitó a trabajar como restauradora en la producción de la película “Zapata” de Alfonso Aráu, en Cuernavaca. Me encantó el ambiente. Me sentí plena. Por primera vez hacía algo con mi vida. Me tocó quedarme en el mismo cuarto. Él fumaba, yo tenía cuatro meses sin fumar. La relación con él y con el entorno se deterioró. Se dio cuenta de que otros maestros me invitaban a trabajar. Lo sentí envidioso. Me dijo -No viniste a ser estrellita, sólo haz este trabajo-. -Voy a trabajar en otros proyectos- le dije. Furioso, respondió -¡Párate, no quiero que te muevas más!-. Fumé. Me salí a llorar lejos. Había vuelto a caer.
Llegó un grupo a la filmación que tomaban y fumaban marihuana. Mucho vicio, fiestas. Mi vida se volvió un caos. Regresé de ese trabajo bebiendo y fumando. Dejé mi currículum en los Estudios Churubusco. Estuve en varias producciones de TV y cine.
Un productor me ofreció trabajar en una película, con Pierce Brosnan, Agente 007. Hacía levantamiento de maquetas para el estudio, pero ya estaba muy enrolada en alcohol y marihuana. Hubo conflicto con los compañeros. Estaban molestos de que trabajara en el proyecto. Le dije al subdirector de Diseño -Me están mandando mala vibra. Desisto- Me cambió a otra bodega, haciendo cuadros que salen en las paredes, en la película. Firmé, que esos cuadros no eran de mi autoría. Terminé el trabajo, pero ya muy metida en los vicios. Pasó tiempo. Ya no me llamaron. Me agüité.Logré dejar de tomar de nuevo.
Me encontré con Eloísa, la nueva compañera de Abril. Me dijo que habían tronado porque ella enfermó de esquizofrenia. Se sentía muy mal. –Veámonos, le dije, yo te llevo a conocer antros-. Me fui unos días con ella a Ecatepec. Me quedé a vivir. Ella tomaba mucho. Recaí de nuevo. Tenía 37 años. En una borrachera, dormimos juntas. Tuvimos relaciones. Nos llevamos bien. Abril me buscó. Le dije vivía con una amiga. Luego se enteró con quién.
Estuve con Eloísa diez años. Seguíamos tomando y fumando mota. A veces teníamos sexo toda la mañana. Platicábamos largo. Me enamoré. Olvidé mi vida. Trabajábamos en su cafetería. Yo como encargada, ella tocaba guitarra y cantaba rock. Todo bien.
Cuando le venían las crisis, se ensimismaba, desconfiaba de todo, me veía como un demonio. Su enfermedad empeoraba. Yo ya tomaba todos los días. Su mamá se dio cuenta de que nuestra relación era enferma. Dejó de ayudarnos. La cafetería tronó porque estaba en un bazar. El dueño quiso recuperar el terreno. Desmantelaron.
Eloísa y yo, sobrevivíamos con lo que su mamá le daba para medicamentos. Nos enfermamos de codependencia. Ya enloquecidas, ella con las crisis de esquizofrenia agravada por la mota; yo bebiendo, ya no sabía como parar. Trató de cortarme el cuello con un cuchillo. Tuvieron que internarla en el Fray Bernardino. Terminamos hace cinco años. Eloísa y yo, nos vivíamos bien. Nuestras adicciones destruyeron todo. Perder el amor, aún así, enfermo, fue devastador. Estar enamorada me es indispensable, es el aire. Cuando me quitan esa dopamina, veo mi realidad: Sólo soy una alcohólica, nada.
Volví con mi madre. Detestaba vivir. Dibujaba pero era más fuerte la obsesión de tomar. Dibujar ha sido la otra forma en que me abstraigo de la realidad. Olvido mi propio caos. Ver la belleza de las texturas, los claroscuros, la luz pariendo los colores. Mentir, creando con un lápiz el volumen, como si existiera, aunque es solo grafito. Provocarlo yo, me hace sentir como Dios, compartir su poder de crear. Y me gusta. Pero la obsesión de beber, como un buitre, acecha siempre. Seguí tomando, me metía piedra, crack, muy adictivo.
Conocí a un chico que bebía con su perro en la calle. Me invitó a fumar y beber con unos cuates en un parque. Son una banda de borrachos, ropavejeros o basureros que no tienen que tratar con un jefe. Venden lo que recolectan. Me relacioné con uno, que recoge basura en un tianguis. Cogíamos. Me invitó a su casa. Tenía 10 perros en un cuarto de azotea. Le dije -vamos a limpiar-. Me propuso quedarme con él. -Nos podemos casar- dijo. Estuve una semana; el sexo bien, pero me aburría y me hartó la falta de dinero. Regresé a mi casa. Mi mamá me bañó con agua de cal.
Luego me quedé con otro. Deplorable su hábitat, pero me caía bien y tomábamos. Era de los escuadrones de la muerte. Así los llaman. Son grupos de personas que toman diario, pueden morir de un pasón, por accidente o matarse uno al otro. Viven una decadencia moral y física extremas. Ya no tienen familia, amigos, la mayoría, tampoco energía ni para hacer pleito. A veces, solo tirados en la calle, se van muriendo. Conservan sin embargo un extraño sentido del humor, siempre albureando. Son solidarios, se pasan el alcohol. Me divertía con ellos, aunque regresaba con mi mamá. Cada vez me alcoholizaba más, tomaba dos litros de alcohol al día y pastillas para dormir que me daba mi mamá para tranquilizarme. También a esas me volví adicta.
Un día, vendiendo mis pinturas en un tianguis, borracha, tuve un altercado con un tipo que vendía tapones de coche. Con un tapón me golpeó la cara. Sangré mucho. Guardo la cicatriz en el entrecejo. Me asusté. Toque fondo. Sentí cerca la muerte. Tenía cuarenta y tres años. Le bajé a mi desmadre. Para que mi mamá no me viera tomando, me alejé de la casa. Quería estar sola. Dormía en un autobús abandonado en una calle, luego, debajo de un tráiler; afuera de una fábrica, o en un invernadero. Para comprar bebida, vendía algunas pulseras, inciensos. Siempre cargaba lápices para dibujar. Borracha, hacía retratos o caricaturas de los que conocía en una funeraria y otros negocios. Me daban veinte, treinta pesos, lo que fuera. Iba a comedores populares. Por diez pesos comía.
Mi hermano Osiel, el más chico, con el que jugaba de niños, íbamos al cine, hacíamos esgrima, ahora adicto al crack, me invitó a trabajar en los autobuses. Ofrecíamos pulseras de chaquirón que hacíamos con ayuda de mi papá. -“No tengo trabajo y me veo en la necesidad de vender estas pulseras para llevar de comer a mi familia”- decía. Yo subía con sonrisas, me pasaba al final del bus. -“Mi compañera pasará a entregárselas”, “La cooperación es voluntaria”-. Otras veces, repartíamos paletas. Decía que había salido del reclusorio. Más agresivos, él con ojos de loco, yo fingiéndome más borracha, los tocábamos al pedir. Se asustaban. Una señora se arrancó una medallita y me la ofreció. -No, le dije, sólo queremos monedas-. Estando en una parada, llegó una patrulla. Nos levantaron arguyendo que había la denuncia de dos jóvenes por haberles quitado cincuenta pesos a cada uno. Esculcaron la bolsa que él traía, con paletas y dinero. A mi sólo me encontraron mi botella de alcohol. Venía tomada, resistí. Un policía me golpeó en el estómago. Me trajeron a Santa Martha, a Osiel lo llevaron al Reclusorio Oriente. El cargo: Robo a transporte público. Sentencia: 4 años, 6 meses, con beneficio de salir, firmar semanalmente y pagar una multa en abonos. Permanecí en Santa Martha los seis meses que duró el proceso. Durante ese tiempo, tuve sexo con dos chavas. De la última, Aura, maestra de baile, me quedé prendada.
Ya afuera, inicié los trámites de firmar en Santa Martha, ir a Sicología en el Oriente y mostrar que estaba trabajando. Ayudaba a mi mamá en la venta de artesanías en la colonia. Se me hizo muy pesado. Sobre todo volver a enfrentar el caos familiar. Dejé de firmar, porque me volví loca de nuevo. Consumí alcohol. Me perdí. Pensé que no vendrían por mi y dejé los trámites. Tampoco cubría la multa que debía pagar en abonos. Dibujaba pero era más fuerte la obsesión de tomar. No podía dejarlo ni un solo día. Me ausentaba de casa de mi mamá por días, yéndome con gente que conocía en la calle. Firmé sólo 2 meses. Se me metió la idea de regresar a Santa Martha. Pensé: Prefiero pagar con tiempo dentro de Santa Martha porque no puedo dejar el alcohol. Pago mi sentencia, regreso con Aura, y ya no me tengo que responsabilizar del nido familiar, mi padre, mi madre, mis hermanos. El alcohol me idiotizó. No podía pensar en otra forma de vida. Creo que en el fondo, a mis cuarenta y cinco años, necesitaba un orden, parámetros de qué agarrarme para no terminar por desintegrarme. En mi borrachera gritaba por las calles: ¡Quiero irme a mi casa, a Santa Martha! Cuando menos pensé, vinieron por mi. Por no cumplir, me trajeron de nuevo a Santa Martha Acatitla, como prófuga de la justicia. Aura había salido libre unos días antes. No la he vuelto a ver.
CONTINUARÁ