Soy Dívani. Tengo treinta y cuatro años, de los que cuatro privada de la libertad en Santa Martha.
Traía a mi bebé de un mes en brazos cuando me apresaron. La policía de investigación pedía que se las entregara, pero la bebé no estaba registrada. No la solté hasta que mis papás llegaron y se la llevaron. Sentir mis pechos reventando de leche que brotaba sola, sin que mi hija pudiera beberla; no poder alimentarla, no tenerla cerca, no dormir con ella, fue muy doloroso. Noches de llanto que a cuatro años, aún regresa cuando lo recuerdo. Mi mamá decía: No llores, porque la bebé solloza. No he podido superar la culpa.
Entré aquí acusada de robo agravado y fraude genérico. Trabajaba en una casa de empeño. Iba bien: a tres años de trabajar como cajera, me ascendieron a encargada valuadora. Seis meses después, al llegar un lunes, encontramos que la casa había sido saqueada. No se habían forzado chapas. Yo había dejado todo bien cerrado. Denunciamos. Durante el proceso de investigación, seguía trabajando. Hasta el tercer citatorio, me informan que soy presunta responsable. Nunca me especifican con qué elementos, no hay acusación directa, ni testigos, sólo que el dueño lo supone, por contar yo con un juego de llaves. También acusan a mi supervisora. Ella sale a los quince días bajo fianza. Yo no alcanzo fianza. Me piden un millón de pesos para reponer el daño. No tengo con qué pagar. Me echan seis años. Sigo pensando que fue un auto robo del patrón. Dos años me faltan para salir.
Aún no entiendo porqué estoy aquí, apartada de mis hijos: Ángel de doce añitos y Giovana de cuatro. ¿Quién gana con las etapas de su vida que yo pierdo?… Me digo que tiene que ser una lección, quizá entender que debo ser más humanitaria, tener más humildad. O para darme cuenta de que lo único que tengo es mi familia y que aún sin ella, puedo sobrevivir. Sólo así creo entender.
Tuve una infancia bonita, la disfruté. Mi padre comerciante, diseña y fabrica muebles rústicos. Mi madre ama de casa. Se han llevado bien, siguen juntos. Aún con carencias, nos enseñaron valores como la humildad, ayudarnos y protegernos como familia, ser tolerantes con los demás. De niños íbamos de vacaciones a Tequesquitengo, a Acapulco.
Cuatro hermanos, yo la mayor, tres mujeres y un hombre.
Estudié Licenciatura de Turismo en una escuela particular.
Trabajé en el hotel “Sheraton” y en el “Reforma” como asistente del Gerente de seguridad por 7 años. Dejé el trabajo porque tuve un embarazo sorpresa. Recién había terminado una relación apasionada, pero dolorosa. Él trabajaba como escolta, lo conocí en un gimnasio. Tenía veinticinco años, yo diecisiete. Siete años viví con él en unión libre. Sentía que era el amor de mi vida, soñaba con darle un hijo que no llegaba. Me acusaba de no servir como mujer. Él bebía. Por celos me golpeaba. Dependía demasiado de él. En un momento de reflexión, dije “¡Hasta aquí!”. Se acabó el amor. Me fui a vivir con mi familia. Me buscó, pero ya no quise. Se unió luego a otra mujer. Nunca tuvo hijos. Yo sí. Aún hay cariño porque formó parte de mi vida.
A los veinticinco Me encontré con una ex pareja, iniciamos una relación. Sin planearlo, me embaracé. Mis papás, felices con mi embarazo, me apoyaron. No quise vivir con el papá de mi hijo. Aún extrañaba a mi marido y mi pensamiento era ser una mamá independiente. Lo vi 3 veces durante el embarazo, decía no estar seguro de que fuera suyo. Eran mis papás quienes me llevaban al médico. Un año de sabático me tomé para disfrutarlo. Cuando nació el niño, su papá no estaba emocionado, el mío sí. Por ser tan deseado, se llama Ángel.
Entré luego a trabajar en la casa de empeño. A los cuatro años conocí al papá de Giovana. La relación era buena, salíamos a pasear con mi hijo. Me sentía enamorada. Estábamos ahorrando, planeando vivir juntos. Me embaracé. Todo se truncó cuando me aprehendieron. Al saberlo, vino a verme una vez y no volvió. Quizá mis papás lo rechazaron, pero él no luchó por ver a su hija, ni a mi.
Entré aquí con mucho miedo de no saber con quien iba a vivir.
Al llegar te quitan todo. Duermes en el piso, sin cobija. La segunda noche, una interna me regaló una cobija y un pedazo de colchón, otra me regaló un suéter, otra un papel de baño. También una se va ganando el aprecio si compartes. Hay gente buena, otra abusiva, porque creen que eres tonta. Me han agraviado verbalmente. Yo no peleo, no me gusta hablar con groserías. Aún en la cárcel hay niveles.
Mi mamá decía :
Cuando el ignorante habla, el inteligente calla.
Me fui adaptando: bañarme a jicarazos, sin regadera, compartir el baño con otras seis, tener poco acceso a cosas personales: jabón, crema, pasta de dientes, toallas sanitarias; si ves problemas, mantenerte al margen.
Antes trabajaba, me sentía autosuficiente, apoyaba a mis papás, ahora dependo de nuevo de ellos. Con preocupación, porque él es diabético, su negocio ha bajado; ella tiene hipertiroidismo y un tumor en la garganta. Le tienen que hacer estudios, no tienen con qué pagarlos. Aún así, mantienen a mis hijos y a veces me depositan algo de dinero. Yo les digo que no necesito. Vienen poco. Los pasajes cuestan. Pero diario hablo por teléfono con ellos y con mis hijos.
Yo gano algo lavando ajeno. Pagan tres pesos por pantalones o playeras; uno cincuenta por ropa interior; calcetines, un peso; frazadas, diez pesos. Veinticinco por hacer el aseo. Vendo clandestinamente dulces y botanas. Si te los encuentran, te los quitan. Sonrío cuando pienso en mi título colgado en la sala.
Vivo con unos doscientos cincuenta pesos a la semana. A veces no los saco. Pago las tarjetas de teléfono, jabón, champú, pasta, toallas femeninas, un pan dulce, un refresco, el abono de alguna prenda de ropa.
Trabajo como estafeta en Actividades Culturales. No te pagan, pero por dos días trabajados, reducen uno tu pena.
Aquí he llevado cursos de redacción, inglés, artesanía con madera, baile.
Hace un año me inscribí al grupo de teatro. Nos llevan de aquí al Reclusorio Oriente, donde ensayamos también con reos de ahí, la obra del “Quijote”. Hay una parte en la obra donde sacamos la tristeza, escenas en que nos concentramos tanto, como si fuera nuestra propia historia, lo que hace que salga ese sentimiento.
En un ensayo, sentí una mirada. Levanté los ojos, busqué y la encontré fija en mi. Ya no pude desviar la mía. Fue un flechazo. Se llama Iván. Con una compañera mandó decir que me quería conocer y preguntaba si le quería decir mi nombre y si le aceptaba una botellita de agua. Yo respondí de entrada, que no quería nada con casados. No soy casado me dijo. Acepté. Empezamos a escribirnos cartas. Durante los ensayos casi no se puede hablar. Todo es a escondidas del director que prohíbe acercamientos. Las cartas se guardan en los tenis o en la costura del brasier o como cotex. Están prohibidas. Si nos pescan, nos certifican, nos suben a Consejo y nos pueden enviar al Módulo de castigo. Tampoco podemos tocarnos casi. De lejos me dice moviendo los labios: “te amo”. Siento electricidad en todo el cuerpo cuando nos rozamos, nos tomamos de la mano o a escondidas logramos un beso. Llevamos diez meses enamorándonos. En él encuentro todo, la pareja que me complementa. Me dice que le gusto mucho, me quiere y le encantaría que ya afuera formáramos una familia. El amor me cambió la vida. Volví a sentirme querida, bella, plena. Por primera vez sí quiero casarme.
El erotismo ha ido entrando por las cartas. Le he escrito: Quisiera tenerte en la cama todo desnudo y hacerte lo que quiera sin que tú puedas tocarme. Él ha escrito: Muero de ganas de morderte una nalga. Aún por carta, siento que paso una noche con él. Me excito. No tengo orgasmo, pero me humedezco. Bromeamos mucho. A escondidas he llegado a acariciar su sexo sobre el pantalón. Le decimos el “Pepe”, que de todo se despierta. Luego no sabe donde esconderse ante la vista de los demás.
Nunca imaginas que vas a encontrar aquí al amor de tu vida. Se tatuó mi nombre. Me dijo que me tatuara el suyo.
Él trabaja como mesero en la sala de visitas de su penal. Afuera es comerciante de celulares, relojes. Llegó a prepa y sigue estudiando.
Yo no pregunto mucho porqué está aquí. Se que es por robo de un carro. Sale en 2 años compurgado, igual que yo.
Planeamos casarnos a fines de marzo, cuando se dan las bodas comunales en el penal. Mi hijo ya de doce años, lo sabe. Contento, dice que quiere tener un hermanito.
Mi sueño, es primero mi libertad, luego formar mi familia con mi esposo y mis hijos. Empezaremos de cero y vamos a estar bien, porque esta lección ha sido muy fuerte y vamos a luchar.