En los intersticios de la conciencia se revuelve una cauda de pensamientos, frente a una realidad que se debate entre los claroscuros de los acontecimientos cotidianos, en un país que permanece atorado en una política impuesta desde los ejes del neoliberalismo y sus vectores: seguidores y ejecutantes nativos.
Política en la que el mercado ordena, dirige y afecta la forma de pensar y hacer. Política que afecta por ende en todos los ámbitos de la sociedad y en el quehacer humano: política que reduce e intenta suprimir la participación del ciudadano en los asuntos que le concierne.
En el terreno de los derechos políticos y también en lo social, en lo cultural, en lo colectivo y en lo individual.
Todo ello transforma su comportamiento, su entorno, su mundo, es decir: su cultura.
Lo afecta a tal grado que lo llega a enceguecer o deslumbrar, de tal manera que mucha veces y sobre todo en este tiempo de necios. Lo nulifica.
Por qué somos necios?, por convicción o por conveniencia, unos: porque esto cambie y otros porque la cosa siga, así como está.
Y en este encuentro de contrarios, la batalla cruza por el arte y la cultura, las ideas, pero también por el fusil y la macana. La prisión.
Tiempos ominosos.
En un México único y diverso, nos debatimos en el tema, los temas; sin embargo los grupos de interés, los partidos -en un momento en el que los partidos políticos han perdido la credibilidad ante la sociedad- y sus políticos profesionales, las elites de este país se han apropiado del ejercicio y los derechos a decidir de los demás.
Haciendo a un lado al ciudadano, al hombre de la calle, al hijo de vecino, como si este no viviera el día a día, la política real. La realidad soterrada.
Que es la prueba de la sobrevivencia arrancada a tirones en la calle; en el tú a tú con el vecino, en el transporte urbano, en el barrio. En el colectivo de lo emocional y el imaginario.
En un mundo en donde nos atañe lo que sucede aquí y allá, en nuestro continente y los otros continentes.
La furia del cambio esta en ebullición en el subterráneo, en el piso de abajo, y los necios de ambos bandos lo saben. Esta “realidad” no aguanta más.
Vivimos en mundos paralelos, por un lado el discurso político oficioso y por otro la realidad-realidad.
Quién aguanta la miseria que pasea por las calles, la vendimia que asola los corredores, plazas y rincones. La insalubridad. El hedor en el túnel. El espacio exclusivo –en todo evento- para los VIP. La basura acumulada en los receptores de televisión. La fractura educativa, a cargo de los toletes. La descomposición social.
Quién con sentido común, puede soslayar la perdida del subsuelo y su riqueza. Las costas y el éter. La historia.
Quién no ha escuchado susurrar al oído que todo esta perdido.
Los necios están de fiesta, y su parranda ya lleva rato. Son esos necios que simulan que todo está bien. Y se vuelven cínicos.
Los otros necios, siguen pintando, cosechando, creando, imaginando. Los otros necios, componen música, bailan y es su trabajo; doman caballos. Aterrizan aviones. Piensan.
Quién aguanta el terror, el miedo incrustado en las salas de redacción, en las familias. Quién se atreve a nombrar por su nombre al miedo. Solo unos cuantos.
Los necios, que son ciudadanos y van a trabajar e inventan su trabajo: los que todavía creen que sus brazos se hicieron para abrir camino y ya no le dan crédito a los necios pagados de sí. Ya no creen en los titulares de periódicos, ni en los locutores, porque en décadas -de ejercicio silencioso- aprendieron a leer entre líneas y de-construir los encabezados.
Y no obstante, sacan fuerza de donde no hay, abren ventanas a diario, ventilan el país, dibujan, construyen avenidas, leen, cantan, miran por los demás, corren por los demás, se preocupan por los demás.
En este país, es tiempo de necios, es tiempo de decidir; de qué lado de los necios estas?