La fiesta tiene que seguir

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Michael se levanta de la mesa, se acerca a su padre y le dice en voz baja “muy bien Papá, pero creo que es hora de que te retires para que nos permitas terminar de desayunar” Helge se levanta y se retira del salón. Así culmina una historia de atropellos alrededor de la cocina en un festejo familiar.

El director danés Thomas Vinterberg decidió hacer en los años noventa cierto hincapié en exaltar la manera de celebrar, preparar, cocinar y saciar la perversión humana y el abuso de autoridad de padre a hijos. En Festen (1998) la pequeña Linda decidió quitarse la vida hace un año, Christian su hermano, es un reconocido chef en París y está a punto de abrir un restaurante en Lyon. Su amigo y chef decide tomarse un snaps antes de empezar a servir el banquete que celebra los 60 años del padre de Christian. Todo está listo, los manteles planchados, la platería bien pulida, los tablones en forma de w para que todos puedan verse y conversar mientras disfrutan de una fina muestra de la comida danesa. De pronto una bocina instalada en la cocina se hace escuchar, todos están listos para escuchar el brindis que Christian le hará a su padre, “celebro a un asesino, el hombre que mató a mi hermana y nos violaba en su estudio cuando éramos niños”, el caos controlado y la mustiedad de los invitados se desatan lo que resta de la velada. Helge, un hotelero dueño de una vieja y grande casona ha sido develado como un violador justo después del primer sorbo de sopa de langosta y muchos tragos de vino.

LLSe dice que la realidad supera ficción. Una incansable hija dedicó los últimos 4 años de su vida a preparar pequeños bocadillos para su madre, que llevaba por vejez y tristeza el mismo tiempo en cama, un camarón cocido y limpio con su mayonesa hecha al momento, acompañado del más fino espárrago que se encontró ese mismo día en el mercado, hervido a la manera de la abuela, con un poco de bicarbonato para darle un tono más vivo, cambiado de agua para terminar de cocerlo y sacarle todo el sabor con un poco de sal. De postre una nieve de toronja hecha en casa montada en una copa coctelera coronada con un crocante conito de almendra y una hoja de menta, madalenas, pasteles, dulces de caramelo con nueces e infinidad de pequeñas complacencias acompañaron las comidas entre hija y madre. La empatía entre ellas se encontraba en la cocina pues no compartían las mismas maneras de pensar, en ocasiones no había siquiera un halago a las maravillas que preparaba la hija. Al final de un día la madre le pidió a la enfermera que se acercara y le comentó al oído “Ella es la mejor cocinera de mis hijos, sólo que nunca se lo he dicho” ni se lo diría, ya que esa misma noche pasó a mejor vida. Sin imaginarlo siete meses después, la cansada cocinera partió a otra vida sin escuchar de viva voz el reconocimiento de su madre.

El abuso de la paciencia de un hijo a un padre, deja siempre un trago amargo en la memoria, esos queridos y dedicados cocineros cada día nos regalan sin importar su estado de ánimo el platillo que nos volará los sesos, siempre habrá que reconocer el trabajo de aquellos que dedican su vida a complacer nuestros deseos y hacer salivar nuestras bocas cada que recordamos sus guisos.

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