Mientras que todos los mortales ciudadanos pensamos en nuestra vida cotidiana y cómo resolverla día a día, nuestra existencia terrenal nos tiene atareados y con poco tiempo disponible para sentarnos a reflexionar de quién es este país.
De así hacerlo, veríamos que una lucha sin cuartel se desarrolla entre las élites de nuestro país y sus representantes en las Cámaras de Diputados y Senadores, es decir, la “telebancada”, un grupo de legisladores en el Congreso Mexicano afines a los intereses del sector de la radiodifusión.
La pelea es por quién detenta mayor espacio radioeléctrico, quién posee el agua, quién tiene la fibra óptica, quién es dueño de los medios de comunicación, quién se queda con la educación, de quién es el éter…
Este último, el éter, para Aristóteles (384-322 a. C.) era el elemento material del que estaba compuesto el llamado mundo supralunar, mientras que el mundo sublunar está formado por los famosos cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.
A diferencia de estos, el éter es para Aristóteles un elemento más sutil y más ligero, más perfecto que los otros cuatro y, sobre todo, su movimiento natural es circular, a diferencia del movimiento natural de los otros cuatro, que es rectilíneo.
La teoría del éter como fluido infinitamente elástico e imponderable que permea a todo el universo fue descartada a inicios del siglo XX por Albert Einstein en su teoría de la relatividad; sin embargo, el campo de Higgs que resultaría corroborado por el descubrimiento del bosón de Higgs, en 2012, tiene mucha similitud con la “antigua” teoría científica del éter.
La batalla por este elemento “más sutil y más ligero” que legalmente pertenece a la Nación, esté en plena disputa, y el ciudadano medio está lejos de enterarse que más allá de la tierra que pisa, su propiedad trasciende el cielo.
A través de este medio se dan las telecomunicaciones en todas sus formas conocidas hasta el momento, y el espectro está concedido a las empresas públicas y privadas de comunicación.
Éstas últimas han tomado ventaja en la disputa, pues sus propietarios junto con los gobiernos y políticos coludidos con sus intereses, le han dado la delantera en la carrera por el espectro de comunicación, en perjuicio de los empresas públicas y de los ciudadanos.
La discusión se da –aparentemente– a la luz del día, sin embargo, los acuerdos y los arreglos se hacen a espaldas de la mayoría de los ciudadanos, los ciudadanos de a pie, que además no emiten opinión alguna, pues no se nos consulta de manera directa dado que –formalmente– tienen su voz en esos mismos “representantes del pueblo”, que al final bajan sus acuerdos y desacuerdos a través de leyes, que “los ciudadanos” tenemos que respetar.
La guerra, y todos sus actores tienen al ciudadano como rehén, pues para las grandes empresas de comunicación las personas representamos un target, un consumidor. Para los políticos, los ciudadanos, lejos de tener derechos, voz y voto sobre la materia, somos la clientela a convencer para la temporada de elecciones.
La pelea entre dueños de medios de comunicación electrónica en México, dejó la superficie terrestre y se elevó al éter. Las siglas y los nombres Sky, Dish, Claro, MVS, Izzi, Megacable, entre otras, sólo representan los corporativos que están en disputa en la arena principal de las élites de este país.
Mientras tanto, el ciudadano promedio se conforma con ser un espectador de los pobres medios de comunicación y sus contenidos; medios que incentivan ese modelo de negocio, pues les ha resultado muy rentable. Medios que enajenan y alienan a sus públicos, al mismo tiempo que reciben regalos y canonjías de los gobiernos como la exención de impuestos, pago de facturas por publicidad gubernamental, o la ley –promulgada durante el primer gobierno panista, con Vicente Fox– que concedió a las televisoras privadas el uso, libre de todo cargo, de un bien público perteneciente al Estado Mexicano, como es el espectro digital de frecuencias.
Esta ley ha sido considerada por diversos críticos como el regalo de un bien público (espectro digital de frecuencias) a un medio privado, ratificado recientemente en la Cámara de Senadores; aunado al retraso del apagón analógico a la señal digital, en el que las consecuencias más mencionadas por los especialistas y críticos son que:
Se perpetúa un modelo de televisión analógica de pésima calidad y en crisis de credibilidad y rating. El duopolio televisivo que detentan Televisa y TV Azteca está asentado con la lógica de acaparar actualmente el espectro e impedir el acceso de nuevos competidores. La digitalización de las señales permitiría que se crearan cinco o seis canales más por cada canal analógico de televisión que existen. En México existen nueve canales de televisión abierta con cobertura nacional; la digitalización permitiría cuarenta o más de cincuenta canales y no todos necesariamente con el modelo comercial existente.
Refuerza el poder de una “telebancada” que es transversal y mantiene presencia en todos los partidos. La telebancada no es sólo la del Partido Verde, sino aquella que se configura en el Partido Acción Nacional (PAN), en el de la Revolución Democrática (PRD), en el Revolucionario Institucional (PRI) y hasta en el Partido del Trabajo (PT).
Televisa ya logró imponer una ley de derecho de réplica que beneficia sus intereses; también presionó en el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) para que no se le declarara con poder sustancial en el mercado de televisión restringida, a pesar de contar con más del 62% de los suscriptores; ha logrado postergar el ingreso de América Móvil a la competencia del triple play. Y ahora demostrará quién manda realmente en su sector y en el Congreso. La señal es todavía más ominosa que cuando el Congreso se doblegó cuando aprobaron la Ley Televisa en 2006, asientan los especiales en el tema.
Pero la rebelión silenciosa de los ciudadanos, también se viene dando en una élite; desde hace varias décadas un grupo de usuarios de televisión utiliza una antena parabólica para recibir la señal de televisión vía satélite. Actualmente el plato receptor tiene un tamaño regular parecido a los platos azules o rojos que vemos en las azoteas de las casas.
Esos usuarios disidentes de la programación nacional prefieren enfilar sus antenas hacia satélites que orbitan en el cinturón del Ecuador de la Tierra, logrando captar por medio de una antena, un LNB y un receptor –o decodificador– las señales de canales libres tanto de América del Norte, como de América Latina.
Si las empresas monopólicas de este servicio y sus representantes no mejoran y cuidan la programación y sus contenidos, si siguen con la sordera y la mirada necia hacia sus intereses y continúan con los costos de sus paquetes, todo indica que las audiencias encontrarán una tercera vía para el consumo de audiovisuales.
La rebelión no solamente será en la tierra sino también en el éter.