En el entorno social se percibe un ambiente de crispación, enojo y frustración. Todo está a punto de estallar.
Y sin embargo, la población se las arregla para vivir, guarda las formas, apela a la amabilidad en momentos críticos.
Sabe que esa calma puede –en cualquier momento – devenir en ruptura y colapso.
La erupción una vez iniciada no hay quien la detenga; tanto la paciencia y sabiduría de la sociedad tiene su límite.
Sobre todo cuando desde la esfera del poder, se insiste en imponer la cultura del silencio.
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