La guerra por el éter
El milagro
Y eran los primeros años de una larga historia en la que el país se definía por la vida civil, lejos de una guerra, posrevolucionaria en la que se prometía el milagro mexicano, y la televisión era parte de ese “el milagro”.
Una larga lista de programas que como en la audiencia de la señora que cobraba para ver la tele, se fueron incrustando en la memoria de la audiencia mexicana. La barra de telenovelas se convirtió en una industria; los noticiarios con los dos lectores de noticias que recuerdo: Enrique Vela y Jacobo Zabludowsky, –éste último quien formaba parte de ese ejército de comunicadores fieles al monolito político del régimen priísta que vivimos hasta la fecha, aunque ahora pintado de azul–, junto con Emilio Azcarraga Milmo, accionista de la única empresa de televisión que existía en el país, quien a su vez se definía así mismo como un “soldado priista”. Y los programas de factura extranjera que ganaron su lugar a pulso, hasta lograr desplazar y pulverizar los nacionales. Era y comenzaba a ser un México mediático, con una televisión monolítica como su régimen.
Sin duda un tema apasionante no sólo para los historiadores de le televisión, sino para todos los públicos y las generaciones que vivimos con ese mueble que vino a transformar nuestras vidas. Pero su muerte no es como la frase recurrente que suelen citar los conductores de noticias en los medios electrónicos “la crónica de una muerte anunciada”, no.
Es la lucha por las audiencias, donde los medios emergentes, alternativos a un medio por décadas controlado por unas cuantas familias, que se cuentan con los dedos de una mano, irrumpen con su poderoso atractivo: la posibilidad de dejar de ser un televidente obediente, pasivo, para pasar a ser un cibernauta activo, creativo y participativo. Y hasta tener su propia televisión vía Internet, en vivo y en directo desde la propia sala de su casa, estudio, oficina o en la misma calle.
Para romper el cerco informativo
Utilizando los últimos avances de la tecnología, la horizontalidad de la información, con la apropiación de las herramientas de transmisión y el conocimiento de los mismos, es posible la democratización del conocimiento y la comunicación; los medios alternativos vienen a romper el cerco informativo que monopolizan las cadenas de televisión aquí en México y el mundo.
Los nuevos medios están en la Internet, y son un nuevo mueble, que ya está en casa, con nuevos contenidos, nuevas formas de hacer televisión y a la mano de los ciudadanos, cibernautas y teleaudiencias, para librarse de anquilosados lectores de noticias a quienes ya nadie les cree lo que dicen, porque se les nota que son voceros de los intereses de su empresa, que inclusive llegan al grado de querer dirigir y cambiar las leyes de este país, vía su poder mediático.
Capitalismo salvaje o capitalismo de compadres
Lo paradójico del tema es que la horizontalidad de la información viene a través del desarrollo de la tecnología en un contexto de “capitalismo salvaje” o “capitalismo de compadres” como dicen sus pares anglosajones a los capitalistas mexicanos, quienes siempre al amparo del poder político están a la expectativa de tomar ventaja de estos nuevos medios de comunicación.
Pero, en comparación con hace más de 50 años, hoy: las nuevas generaciones tienen en sus manos y cerebro, la posibilidad de apropiarse de los medios de comunicación alternativos y dejar esa actitud de televidente pasivo, para trascender a la de un ciudadano activo y creativo con la posibilidad de convertirse en cuestión de segundos en el productor y emisor de sus propios mensajes, a través de su propio medio de comunicación.
La televisión por vía de la Internet, está aquí, bienvenida. El desarrollo de los mismos es una historia que se realiza día a día, la lucha por las audiencias continua, pero esta vez se agregan a la pugna los que alguna vez fueron parte de esas audiencias, convertidos en aprendices de productor y realizador de su medio.
Un domingo, maravilloso y aleccionador, pues la reunión editorial terminó como viene sucediendo desde hace un tiempo en una cátedra sobre las nuevas tecnologías por parte de esos compañeros de viaje editorial, jóvenes veinteañeros, que si bien nacieron en plenas crisis recurrentes, tienen un sentido de lo nuevo, puntual y provechoso.
Dejo el asiento frente al monitor, aquí en casa las actividades de un nuevo día comienzan, mientras desde alguna parte del planeta una conductora de su propia televisión, emite la imagen y señal en vivo de lo que será un traslado a través de vías rápidas de una ciudad que no alcanzo a identificar, para llegar a un concierto de música actual que esta a punto de llevarse acabo.
A mis espaldas queda el monitor de la televisión tradicional que emite la imagen de una pantalla con “lluvia” y ruido.