Unas horas antes de la masacre en el bar gay Pulse de Orlando, Florida, un joven de 27 años, Kevin Loibl apareció en el concierto de Christina Grimmie, cantante de ascendente fama en Estados Unidos. Le disparó a sangre fría, mientras firmaba autógrafos en el escenario. Sin razón aparente, el joven originario de San Petesburgo, Miami decidió asesinar a una joven de 22 años. Tenía el arma. Tenía la decisión. Tenía la locura suficiente. Y lo logró.
Este asesinato fue opacado ante las dimensiones de la tragedia del Pulse. Los supremacistas blancos, de ultraderecha y republicanos (especialmente Donald Trump) pretenden capitalizar esta masacre de la forma más vil: hay que emprender contra los migrantes y contra el radicalismo islámico.
Los discursos facilones y propagandísticos de la ultraderecha norteamericana ignora dos puntos fundamentales: Omar Mateen, de 29 años, no era migrante. Era ciudadano norteamericano. Nació en el sueño americano, de padre afgano. Era guardia de seguridad. Fue entrenado para matar. Y lo hizo al tener acceso a dos armas: una metralleta Sig Sauer AR-15 y una pistola Glock.
El segundo punto que ignora este discurso de raíces xenófobas es que la mayoría de las víctimas no fueron wasp (blancos, anglosajones y protestantes) sino latinos que viven en Florida como nativos o visitantes: puertorriqueños en su mayoría, gays y lesbianas fueron asesinados con una orgía de violencia… porque Mateen, como el asesino de Christina Grimmie, lo pudo hacer sin que nadie lo advirtiera y lo frenara a tiempo.
Lo mismo sucedió con los asesinos de 14 personas el pasado 2 de diciembre de 2015 en San Bernardino, California. Syed Rizwan Farook y Tashfeen Malik mataron a estas personas al utilizar un rifle de asalto de la empresa Smith & Wesson, otro rifle de asalto de DPMS Panther Arms, y otras dos pistolas de Smith & Wesson y otra de Lama, según la nota de este 13 de junio de The New York Times.
Matanzas incrementan venta de armas
Lo más siniestro de estos episodios es que, lejos de provocar un endurecimiento en el acceso a las armas, ha disparado el negocio de empresas que inundan la paranoia norteamericana con armas de alto poder.
Smith & Wesson aumentó sus ventas en 35 por ciento entre agosto y octubre de 2015, aún antes de que ocurriera la masacre de San Bernardino.
En New Jersey la venta de armas se incrementó en 50 por ciento después de la masacre de San Bernardino, afirmó Rick Friedman, del centro de tiro RTSP, en declaraciones a la agencia francesa AFP.
El discurso del endurecimiento “es la razón por la que la gente ha entrado en pánico”, reflexionó otra vendedora de armas, Lisa Caso, gerente del centro de tiro Caso’s Gun A-Rama.
La inútil agencia federal de control de alcohol, tabaco y armas de fuego en Estados Unidos (ATF) informó que entre 1998 y 2013 el número de armas se cuadruplicó en Estados Unidos, justo los años del fin de la guerra fría.
Small Arms Survey, sitio especializado en identificar el mercado de armamento, calcula que existen entre 270 y 300 millones de armas en Estados Unidos, casi una por cada uno de los 322 millones de habitantes de la nación americana.
The New York Times ha sido de los pocos periódicos que han decidido enfrentarse al poder de las empresas de armamentos y a sus brazos civiles de ultraderecha como la Liga del Rifle, que cabildea en el Congreso, dona millones de dólares a campañas de congresistas y gobernadores, y alienta la lucha contra “el terrorismo islámico” como nueva justificación para alentar la cultura de la autodefensa en Estados Unidos.
“Acaben la epidemia de las armas”, afirmó The New York Times en una editorial publicado el 4 de diciembre de 2014:
“Es una indignación moral y una desgracia nacional que civiles puedan comprar legalmente armas diseñadas para matar personas con brutal velocidad y eficacia”, sentenció el rotativo más influyente de la prensa norteamericana.
“Terrorismo interno”, sentenció Obama
“Es una especie de extremismo autóctono”, afirmó Barack Obama en su segunda intervención, este lunes 13 de junio, al reflexionar sobre la masacre de Orlando.
El primer mandatario estadounidense ha insistido en los últimos dos años en endurecer los controles de la venta de armamentos en territorio norteamericano. Por supuesto, su posición sólo cuenta una masiva aprobación fuera de Estados Unidos porque el fundamentalismo por las armas en territorio norteamericano es peor que el analfabetismo funcional.
“Terrorismo interno” también ha señalado el presidente de origen demócrata. Obama no mordió el anzuelo del indudable oportunismo de grupos fundamentalistas como el Estado Islámico (ISIS) que presuntamente apoyó la matanza de Mateen.
La oleada de antiislamismo es tan perniciosa como la homofobia y la xenofobia que se concentran en un personaje como Donald Trump. Sin embargo, este magnate inmobiliario no es la causa sino el síntoma más claro del fundamentalismo de las armas y el discurso de odio.
El documentalista Michael Moore, desde su impresionante Masacre en Colombine, lo advirtió: “la cultura del miedo y la ignorancia en Estados Unidos es tan peligrosa como el acceso a las armas”.
El periodista sueco Stieg Larsson, autor de la famosa serie de novelas Millennium, nunca quitó el dedo del renglón en sus investigaciones periodísticas sobre la ultraderecha en Estados Unidos y en Europa: el terrorismo contra los homosexuales creció en ambos continentes a raíz del avance de los derechos de la comunidad LGBT.
La tesis de Larsson es hoy más vigente que nunca: “la sociedad no se preocupa mucho por este tipo de terrorismo de baja intensidad. La campaña se dirige contra los llamados ‘blancos blandos’, es decir, los homosexuales que no tienen recursos para contraatacar o que no se encuentran en disposición de hacerlo”.
Lo ocurrido en Orlando nos revela que no estamos en un “terrorismo de baja intensidad” sino en una escalada de odio, muy bien pertrechada con las armas más devastadoras en Estados Unidos.