Si bien el arribo de Manlio Fabio Beltrones Rivera a la presidencia nacional del PRI ha sido celebrado por muchos de sus correligionarios porque representa la fortaleza del tricolor mediante la recuperación de añejas, eficientes y probadas aunque cuestionadas, prácticas políticas, lo cierto es que el sonorense no llegó sólo para servir al grupo en el poder, sino para servirse él mismo de lo no mucho que le falta para completar su carrera política.
¿Acaso el político sonorense seguirá como disciplinado soldado priista, luego de que tras 47 años de carrera ha sido casi todo: dirigente partidista y gobernador de su estado; subsecretario de Gobierno en la Secretaría de Gobernación; dos veces diputado y otras dos senador; presidente de ambas cámaras legislativas y ahora líder nacional del tricolor? Pues sólo que careciera de la ambición política personal por alcanzar lo último que falta en su larga, larguísima trayectoria política: la Presidencia de la República, la cual difícilmente no habría de considerar como aspiración legítima y natural.
El experimentado político sabe, empero, que todo tiene su tiempo, que antes de recoger los frutos hay que sembrar y que, primero antes que nada, debe preparar el terreno. Y es en estos pasos previos de su nueva etapa en los que el nuevo dirigente nacional priista habrá de encontrar, sin duda, la factura cuyo pago difícilmente habría de negarle alguien dentro del aparato político del tricolor.
En el nuevo escenario que resultó tras las elecciones federales intermedias, Manlio Fabio sabe que tiene ventajas:
Ante Acción Nacional, no sólo por su división interna y la imperiosa necesidad que tiene el blanquiazul de rehacerse y recuperar la etiqueta de opción viable frente al electorado, sino que también enfrenta –es un decir– a un bisoño dirigente político, Ricardo Anaya, que si bien ha dado muestras de brillantez, está aún bastante lejos y muy atrás del priista.
Ante la izquierda, Beltrones Rivera tiene también la ventaja de la división que ha debilitado sensiblemente al PRD, aun cuando no ha dado toda la fortaleza al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), todavía. Sólo que en este caso, el sonorense sabe que los del Sol Azteca no tienen mejor opción –ya no digamos para disputar la presidencia de la República, sino incluso para sobrevivir– que la de volver al redil del personaje del que creían haberse liberado, Andrés Manuel López Obrador.
Y precisamente fue hacia el tabasqueño a quien Beltrones Rivera dirigió la primera de sus dedicatorias, según quedó de manifiesto en su discurso de toma de posesión. Palabras más o menos, el priista dijo que si bien el tricolor buscará dialogar con las demás fuerzas políticas, tendrá también la energía para responder a quien ha hecho de la descalificación y la ofensa, su principal discurso.
Era obvia la dedicatoria: sin duda el sonorense recordaba que fueron precisamente las ácidas, corrosivas críticas de López Obrador hacia Fox y Calderón, las que le permitieron colocarse en los primeros planos de las preferencias electorales. Y sabe también que el de Macuspana es reactivo y hasta visceral, de mecha corta, y no necesita mucho para comenzar a descalificar.
Es decir: sabe que cuando el tabasqueño se excede –y es difícil que deje de hacerlo–, deteriora mucho su imagen y pierde bastantes puntos en las preferencias electorales, especialmente en momentos que son importantes para el electorado indeciso.
Desde luego –algo que tampoco ignora el sonorense–, López Obrador suele criticar y atacar casi siempre con argumentos sólidos, difícilmente rebatibles, sustentado en una trayectoria que no arroja elementos cuestionables de corrupción o enriquecimiento inexplicable y que, así las cosas, sólo es vulnerable mediante la propaganda basada en el miedo y a través de los poderosos monopolios de comunicación masiva.
Como sea, Beltrones Rivera ha definido a su primer –y acaso más poderoso– adversario político, ante quien ha elegido la táctica de la provocación, a la espera de que reaccione, como para medir si Andrés Manuel López Obrador es el irreductible e intransigente de siempre o si a su figura se le advierten fisuras o debilidades que requieran enmendaduras.
Pero el de Macuspana no es toda la preocupación del sonorense; sabe que también convive con el enemigo que está en casa, y que si comparte espacios, foros y hasta despliega sonrisas para la foto, es porque lo necesitan, aunque lo sepan ajeno e incluso líder de otro poderoso grupo que también busca el control de la estructura priista y de la gubernamental.
Pero la eventual victoria que el de Sonora pudiera obtener ante el líder de Morena –hacer fracasar, por ejemplo, la reunificación con el PRD o evitar la migración de lo que queda de éste a conformar las huestes del tabasqueño–, dependerá de que obtenga la tan anhelada factura.
Y aun así, no sería seguro que se la pagasen.