El carpetazo que el amigo del Presidente dio al asunto de las mansiones mal habidas de la presunta primera dama y del secretario de Hacienda, así como el reciente operativo político judicial desplegado para asegurar impunidad a uno de sus más deplorables aliados, muestran a las claras que la aplicación de la justicia y el asunto de la transparencia tienen marcados y claros límites, están más bien hechos para el discurso. Y, en todo caso, si han de ser aplicados –se piensa sin duda en Los Pinos-, que sea, “en los bueyes de mi compadre”.
Sobre todo el caso de Arturo Escobar y Vega es revelador de que el manto de impunidad ofrecida desde las alturas del poder se ha extendido más allá de, digamos, lo acostumbrado o mejor, dicho, de lo que acostumbraba ofrecer el Presidente a quienes le servían, le hacían favores, le resolvían problemas o le quitaban obstáculos del camino.
Quizás sea consecuencia lógica de que los tiempos de la omnipresencia y la verticalidad absolutas cambiaron por los de alianzas y conveniencias mutuas, a fin de recuperar un poder que siempre sirvió a la élite para que ésta se despachara, un día si y otro también, de las riquezas nacionales con la más grande de las cucharas disponibles.
Es decir: la protección de la aplicación de las leyes y del aparato de procuración de justicia –con todo y las limitaciones y simulaciones que se le han impuesto- ya no es solamente para los del primer círculo –familiares por incómodos que fueran y colaboradores cercanos-, sino también para los operadores políticos que formalmente no pertenecen al Revolucionario Institucional y que, al menos en teoría, debían ser hasta sus adversarios.
No buenas cosas pueden derivarse de este hecho.
Comenzaba a ser preocupante que ni con el cambio del signo político en los tres niveles de gobierno; ni con la pluralidad en los congresos federal y estatales se erradicara la costumbre de los vicios políticos y que, en cambio, la simulación y el cinismo se apoderaran de las mentes de aquellos que accedieron al poder con la promesa de transformarlo todo.
Que gobernantes y representantes populares del PAN y el PRD hicieran exactamente lo mismo que sus antecesores priístas, era motivo hasta de chistes de lo más negro y cruel del humor político; pero en todo caso optar por la corrupción, la demagogia y las trapacerías electorales, era para ellos una decisión personal, algo que por sí mismos tomaban desde la supuesta oposición.
Ahora, la diferencia es que desde el mayor y más antiguo de los partidos –el PRI de las peores mañas- se ofreció una alianza a verdaderos mercenarios, a profesionales de la simulación y el engaño –los del Verde Ecologista- para reconquistar un gobierno que les fue arrebatado durante doce años.
Y los del PVEM cumplieron: todo el andamiaje de empresas fantasma, de tarjetas prepagadas, para la entrega de despensas y materiales de construcción, corrió a su cargo, según está documentado en estrados del tribunal electoral, pero que la juez encargada del caso no vio como suficientes como para consignar a Escobar y Vega por delitos electorales.
Es decir: así, el tricolor demuestra que no le importa aliarse con el mismo diablo si de reconquistar –y retener- el poder se trata, porque eso significa contar con un método seguro para conservar privilegios de élite, sin que mucho les afecte tener que compartir con los aliados de ocasión, toda vez que a estos les arrojan apenas migajas de impunidad.
Lo grave del caso es que el PRI demostró que ha encontrado una importantísima veta de la miseria humana que explotar en su beneficio político. Es decir: ¿cuántos más políticos abyectos dispuestos a todo tipo de bellaquería estarán dispuestos a hacer el trabajo sucio que para el tricolor hizo esta vez Escobar y Vega?
¿Cuántos más habrá en esta tan deteriorada –por decir lo menos- clase política mexicana, tan abundante de medianías y mediocridades y tan proclive a asegurar el hueso que les permita vivir más que holgadamente sin trabajar y con cargo al erario público?
Y hay que pensar no sólo en cuántos más como Arturo Escobar y Vega debe haber, sino en el tipo de personajes le evitaron se hundiera, es decir, en quienes le procuraron impunidad. Y así las cosas, hay que pensar en aquellos que operan en el aparato judicial y los no pocos que lo hacen desde los medios de comunicación. ¡Y quién sabe en cuántas áreas mas!