Takashi Miike es un director japonés de cine, teatro y televisión, quien ha dirigido –entre cine, televisión y video– 89 producciones, lo cual es impresionante si tomamos en cuenta que tiene 52 años.
No alcanzaría este espacio para escribir sobre su trabajo entero, por lo que me limitaré a contarles sobre tres de sus películas que me impresionaron: Audition (1999), Ichi the killer (2001) y Sukiyaki western Django (2007).
Miike, para mí, es adictivo. No he podido parar de ver su trabajo desde que vi Sukiyaki western Django. Las razones pueden ser muchas, pero la más poderosa que encuentro, hablando sólo del estilo, es que perturba y sobrepasa los límites de la realidad. El simbolismo de sus colores e imágenes hace que sea una experiencia sensorial y emocional, lo suficientemente fuerte como para querer comprender la profundidad de su obra. Por otro lado, la ralentización de los cuadros, en los momentos de violencia, que comúnmente pasan en tiempo real, crea un impacto a la máxima potencia; es la violencia a detalle, es la estetización de la tortura, es donde Takashi advierte: “Pon sentimiento, dar dolor es un asunto serio”.
La creación del superhéroe, en este caso, el antihéroe, en una realidad trascendental, devuelve a sus personajes los instintos más primitivos y exacerba los deseos humanos por la venganza; en ésta se encuentra un camino tortuoso, lleno de sentimiento y de indiferencia por el dolor ajeno, la premisa es “el mundo y tú me lastimaron, tendrán que pagar con sangre y dolor todo lo que me hicieron sufrir”.
En Audition, Ryo es un hombre viudo que castra sus deseos sexuales y los intercambia por un estatus económico, sumergido en un mundo irreal. Cree que es tiempo de conocer a la mujer perfecta, por lo que su amigo, productor de cine, le sugiere que hagan una audición para que encuentre a su “futura”. Al revisar las fotos encuentra a una bailarina de ballet clásico, Eihi, quien llama su atención. No obstante, los traumas de Eihi de su niñez, un accidente y la vida de maltrato por parte de su padrastro, la llevan a una situación de inseguridad emocional y de temor al abandono que, al menor rastro de indolencia por parte Ryo, Eihi es capaz de matar para hacer pagar a quien se atreva a lastimarla. Sin embargo, muestra la historia de amor en la que Ryo le dice, cuando ella está a punto de morir: “Algún día sentirás que la vida es maravillosa”.
La oración, la religión y los buenos actos no son la redención, es la vida misma. El sufrimiento comienza desde que nacemos, y nos arrebatan lo que más queremos, a nuestra madre o a nuestro padre, a los dos o al amor de nuestra vida, son ellos los que crean las murallas ante la realidad exterior, pero cuando el amor más puro y sincero desaparece, es como si volviéramos a nacer en un mundo de manipulación.
Ichi no desarrolló el derecho a elegir, le impusieron una realidad, lo hipnotizaron para ser asesino con el fin de liberar los traumas de su niñez, y con ese pretexto mata, aunque no quiera.
Por otro lado, Takashi deja en claro que sus personajes gozan del maltrato y maltratando, con torturar y ser torturados; es decir, son sádicos y masoquistas, incluso Ichi, quien es 100% sadista.
Lo que es curioso es cómo en pleno siglo XXI se habla de una revolución en las relaciones de pareja y la familia; revolución falsa, cuestionada en 1960 por Jean Luc Godard en Sin aliento (Breathless), Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman y Takashi Miike, quien lo utiliza como el origen del trauma de sus personajes; pero ni la revolución sexual y su múltiple verborrea, nos quita la incomodidad de la existencia, y nos hace pensar que los caminos para la redención son la tortura, la sangre, la guerra, la venganza y la miseria. ¿Será la condición del ser humano para alcanzar la muerte? ¿La familia sigue siendo el eje de las realidades de los seres humanos? ¿Algún día sentiré que la vida es maravillosa, aunque sea en mi lecho de muerte? No lo sé mon ami, de lo que sí tengo la certeza, es de la vida y la muerte.