Ruth

ruth
Luis Granda

El hecho de que la diferencia de edad entre nosotros fuera tan grande, no representaba problema para mí. No conozco muchas personas de esa edad que se vean así de bien. El tono de las canas en su barba simplemente me volvía loca, y con el azul casi gris de sus ojos, se creaba un conjunto facial demasiado atractivo. Qué potencia de hombre. Era la fantasía de todas, mi realidad.

Como es corriente en los de esa edad, su avance fue metódico y cuidadoso; pausado. Me tuvo superexcitada desde la primera vez que fuimos a tomar café.
–La concepción del mundo aristotélico es sencilla; sin embargo, es ingeniosa y muy meditada. Lástima que en ese momento de la vida humana existía una carecía de datos empíricos y la mayoría de los que, en efecto, se disponía, eran pobres.
–Pero Aristóteles lleva el conocimiento racional a lugares alejados del platonismo, creo.

Ni siquiera estaba segura si el término platonismo era válido, pero la certificación de mis palabras por su sonrisa me parecía uno de los eventos más eróticos que había experimentado. Además, la reflexión de saberme la elegida de entre todas las posibilidades que él tenía en la universidad, me hacía sentir como María Antonieta, en mayo de 1770.

Después de los cafés siguieron las cenas en restaurantes caros de iluminación cálida. Su forma de catar el vino era de lo más sexy. En poco tiempo me llevaba como su pareja a cenas con sus cultos y  distinguidos amigos, quienes no podían disimular colocarme etiquetas y encasillarme en una categoría que, por supuesto, yo sabía cómo denominaban.

En una noche de lluvia, al fin, logró su objetivo; que de forma clara para mí, no tan clara para él, era común. Fue celestial. Me llevó al cielo. Pude comprobar dos cosas: la experiencia sí otorga más y distintas herramientas; el tamaño sí importa. No hubo un solo cliché: no fumó, no prometió nada. Se levantó de la cama y aproveché ese momento para ver su cuerpo. Mientras se miraba al espejo, dijo:
–¡Qué impresión! Si te gusto a ti e hicimos lo que hicimos, luego entonces debo gustarle a muchas de tus compañeras.
–¿Cómo puedes llegar a esa conclusión?
–Pues la psique femenina es sencilla de comprender. Y aunque eres de las más perfectas que he conocido, la naturaleza en su momento decidió que seas mujer. Y eso eres.
–Creo no entenderte del todo.
–Espera, no me malentiendas. Las mujeres como género no están destinadas a grandes trabajos de inteligencia, ni físicos, ni materiales. Bastante es que tengan que sufrir dolores, como los de un parto. Son como niños y, en su momento, como actrices de dramas. Muchas piensan que han venido al mundo a gastar el dinero que ganan los hombres. Aunque reconozco que su juicio es más meticuloso, ven más allá, por eso les pedimos consejos. Me parece que las mujeres son casi enemigas entres sí, mientras que los hombres vemos enemigos sólo en nuestro particular oficio o actividad. Pero tú, Ruth, estás muy por encima de todos estos pensamientos.
–Mejor ven, puedes hacerme tuya de nuevo, porque no te has cansado, ¿verdad? Hagamos una posición en donde pueda sentirte más, no me importa que no seas grande, podemos intentarlo. Anda, acércate. Ya si quieres al rato que salgamos te cuento lo que las demás dicen de ti, pobrecito. Si no te amo yo, ¿quién?

No pudo más. Se trasladó a dar clases a una universidad en una ciudad distinta; y ya, eso fue todo lo que se supo de él. Lo recuerdo con mucho cariño porque creo que nadie me ha hecho el amor mejor que él. Es una satisfacción física que me gusta recordar, lo que me hace pensar que hasta los orangutanes tienen algún mérito.

Ciudad de México, julio de 2015

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