Pánico!! era lo único que se podía ver en sus ojos. La sangre bajaba desde su frente hasta su mejilla. La respiración acelerada reflejaba el miedo que recorría su cuerpo al pensar que esa noche su vida acabaría en manos de tres hombres llenos de una terrible furia.
–Vas a valer madre por pinche maricon –le decía a Alex un tipo con voz grave, de esas voces que intimidan; “el Oso”, le decían.
Los otros dos le daban un par de puñetazos, mientras reían; así, Alex se convertía en uno de los 23 ataques homofóbicos que suceden al año en el Distrito Federal.
Era viernes por la noche, Alejandro se preparaba para salir de antro. Ese día era su cumpleaños 21. Se le ocurrió hacer algo que le encanta: vestirse de mujer. Frente al espejo tomó el labial rojo que estaba sobre la mesa y con él recorrió sus labios de un lado a otro; enchinó sus pestañas largas y pobladas con mucha práctica, como si fuera de lo más natural para él; con delicadeza se colocó la peluca larga color negro que le llegaba hasta la cintura; se puso el bra copa “B” que se había comprado y lo rellenó con un par de calcetines enrollados. Tomó su pene y lo acomodó de manera que no se notara; deslizó por su cuerpo un vestido azul turquesa, que llegaba un poco arriba de las rodillas, el cual delineaba perfectamente su esbelta figura. Me sentía soñado, era la mujer más hermosa aquella noche.
Salió de su casa a las 10 de la noche, se había quedado de ver con unos amigos en la estación del metro Insurgentes para llegar a “Primer Nivel”, un antro que está en la Zona Rosa. Caminaba con aires despreocupados, se sentía radiante, nada en ese momento podía borrar de su cara esa sonrisa de satisfacción y felicidad que tenía consigo mismo. Para él, esta noche sería perfecta.
Ya había caminado unas cuadras cuando pasó junto a un grupo de hombres que, al ras de la banqueta, tomaban unas chelas. Todos miraron a Alex al mismo tiempo que le decían:
–Hola chiquita, ¿cuánto cobras?
–Putito, ven, te voy a dar de lo que te gusta.
Alex se había acostumbrado a ese tipo de insultos; día a día los escuchaba, al igual que parte de los 525 hombres que sufren discriminación por su preferencia sexual: en la calle, en el trabajo, la escuela e incluso en su propia casa. Volteó y felizmente les mandó un beso queriendo disfrutar de la situación, ese día nada le importaba.
Dos cuadras antes de llegar al metro el Rosario, decidió ir por un pasadizo que lucía oscuro, peligroso… la sensatez lo abandonó. Sólo podían observarse las luces de los autos que circulaban por la avenida.
El olor a orines y el hedor de la basura inundaban el ambiente. Caminaba acelerado, desesperado por dejar atrás ese lugar que le causaba inseguridad, miedo. Faltaba un paso para salir de aquel impasse… no supo cómo, en qué momento, o de dónde salieron aquellos tipos que lo empujaron contra la pared. ¡Uno, dos, tres golpes en la cara! Alex no entendía qué sucedía. El miedo lo invadió doblemente en ese preciso instante:
–¡Déjenme! ¡Déjenme, no les he hecho nada! –decía.
–¡Oso, rompeselo, rompeselo! –decía uno de sus acompañantes.
Alejandro sintió que le desgarraban el vestido, al tiempo que pulverizaban sus ilusiones y acababan con su felicidad.
–Ya valiste madre pinche puto –se oía.
Alex recibía una patada tras otra en las costillas probablemente rotas de tantos golpes; no podía ver nada, estaba bañado en sangre, solamente escuchaba:
–A los maricones como tú se les tiene que hacer esto para que se vuelvan hombrecitos.
(El 30% de las agresiones hacia homosexuales se llevan a cabo en las calles.) El dolor era tan intenso, como si un auto lo hubiese atropellado una y otra vez. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni le interesaba, sólo quería morirse, que esa agonía terminara; no aguantaba más.
–¿Ya está muerto? –preguntó uno de ellos.
–No, aún no.
–Pinche maricón, sí aguantas vara, pero ya nos cansamos de darte en la madre, así que voy a terminar contigo. Descuida, no te va a doler –dijo el Oso, mientras soltaba una fuerte carcajada.
Alex sintió algo frío en la frente; aquel hombre cortó cartucho en su sien, fue bajando la pistola hasta llegar a su cuello, su pecho, su ombligo y paró justo en su pene.
–Te dije que no te iba a doler –enfatizó con sarcasmo.
Alejandro sabía que era el fin; el fin del que él pensaba sería el mejor día de su corta vida.
Se escucharon las sirenas de una patrulla.
–¡Vamonos carnal, déjalo o nos van a atorar!
–¡Corre, corre, Oso!
Alex escuchaba vagamente los pasos de sus atacantes que se alejaban rápidamente del lugar.
–No te preocupes, todo va a estar bien, la ambulancia no tarda en llegar –le dijo un transeúnte que había observado toda la escena.
Alejandro no pudo contestar, estaba casi desmayado. En un breve instante se vio rodeado de gente. Se acercó un paramédico preguntando al tumulto:
–¿Qué pasó?, ¿por qué lo golpearon?
Y una voz respondió:
–¡Por pinche maricon!