Judith Amador Tello
Para conmemorar el centenario del natalicio del ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) entre 1966 y 1970, la editorial siglo XXI relanzó el libro 1968. Javier Barros Sierra: Conversaciones con Gastón García Cantú, que si bien aborda diversos aspectos del movimiento estudiantil de ese año, destaca particularmente la defensa de la autonomía universitaria y el derecho a la disidencia hechas por el emblemático rector. El volumen de 253 páginas y 21 apartados (entre ellos Mayo de 1966, La Ley Orgánica, Reforma académica, Recuerdo de Lázaro Cárdenas, La Reforma Universitaria, Las “porras”, La represión, El movimiento estudiantil, México y París, Los provocadores, Hacia el 2 de octubre y Tlatelolco, entre otros), fue presentado justo el 25 de febrero pasado, día del aniversario del ingeniero, dentro de la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
Participaron su hijo Javier Barros Valero, quien fue director del Instituto Nacional de Bellas Artes; José Narro Robles, rector de la UNAM; el ingeniero Javier Jiménez Espriú, discípulo de Barros Sierra; el economista Rolando Cordera Campos; y el poeta Jaime Labastida, director de la editorial Siglo XXI.
Los ponentes coincidieron en su consideración de Barros Sierra como un hombre probo, culto, de firmes convicciones que enfrentó el poder de la presidencia de la República, entonces al frente de Gustavo Díaz Ordaz, para protestar por el bazukazo a la Escuela Nacional Preparatoria y la invasión de Ciudad Universitaria del 18 de octubre del 68.
“¡Cómo hacen falta hombres como él, en momentos como los que vivimos!, en que el mundo se encuentra trastornado por la violencia, la intolerancia, los dogmas y los fundamentalismos que obligan moralmente a las mujeres y a los hombres de buena voluntad a hermanarnos en la angustiosa identidad del Je suis Charlie”, dijo el ingeniero Jiménez Espriú.
El ponente, quien recordó que el ingeniero Barros Sierra fue el primer secretario de Obras Públicas, en el gobierno de Adolfo López Mateos, y por ello vendió sus acciones de la empresa Ingenieros Civiles Asociados (ICA) para no tener conflicto de intereses (algo impensable en los políticos y funcionarios actuales), comentó que quizá muchos jóvenes que gritan en las manifestaciones que el 2 de octubre no se olvida, quizá no sepan completamente lo que significa pero han vivido en cambio otras crisis y ejemplos de “mediocres liderazgos”.
Ellos, agregó, encontrarán en el libro, que alcanza ya su séptima edición, reflexiones que les permitirán darse cuenta que la patria, que ha vivido situaciones amargas, ha tenido también momentos de luz, legiones de jóvenes como la generación del 68 y hombres “de otra estatura” como el rector Barros Sierra.
Citó entonces una reflexión del ingeniero, hecha en mayo de 1966, días después de haber sido nombrado rector de la UNAM. Le preguntaron en que consistirían los rumbos distintos que pretendía crear en la universidad, y contestó, según recoge el libro:
“[algunos] piensan que los estudiantes deben ser rigurosamente apolíticos, y en el extremo, yo creo que deben ser profundamente políticos en el buen sentido: tener una conciencia cívica, un conocimiento histórico de los problemas nacionales y un conocimiento de la filosofía y la pragmática de nuestras revoluciones históricas (1810, 1857, 1910) y, sobre todo, conciencia de su ubicación en la sociedad y en el deber que les corresponde en el desarrollo económico y social del país. Todo lo cual supone necesariamente una mentalidad política.”
Vino a cuenta recordar las palabras del rector. En este sentido Jiménez Espriú:
“Cuando vivimos un México convulso, asolado por crímenes indescriptibles, por la corrupción, la impunidad y la ineptitud, por el cinismo, la connivencia y la insensibilidad, un México que hoy sintetiza su estado de ánimo con el grito moral de ¡Todos somos Ayotzinapa!, y un indignado ‘ya me cansé’, cuando son los ejemplos de honestidad, el más amplio espíritu, como el de Javier Barros Sierra, los que deben imponerse como paradigma del mexicano.”
Cordera Campos también tuvo sólo buenos calificativos para el rector, “universitario ejemplar, ingeniero mexicano notable y pionero de una profesión emblemática de la lucha de los mexicanos por el desarrollo y la justicia social… Rector magnífico de nuestra Universidad Nacional, siempre recordado y apreciado, respetado por los universitarios y amplios grupos de mexicanos que en 1968 descubrieron el valor de la ciudadanía…”
El libro, destacó, no es una memoria de labores, sino que se abordan diversos temas como el de la educación nacional. El rector sostenía, recordó, que cualquier reforma universitaria tendría que ser nacional, contemplar a todas las universidades y al resto del sistema educativo. Sostuvo que una reforma educativa general tendría que ser parte de las reformas sociales, económicas y políticas del país.
“La educación debe entenderse en nuestros días, y hay de aquel que no lo entienda así, como un factor para el desarrollo económico y social”, decía Barros Sierra. Pero planteó a la vez la cuestión de que tendría que entenderse por desarrollo pues no es solamente crecimiento económico, “aunque éste se traduzca en un aumento del ingreso por cabeza”. Ese ingreso, destacó el economista, “puede estar, como está en México, repartido con una enorme injusticia”.
Y tras destacar la autoridad moral que ha tenido Barros Sierra históricamente, recordó que alguna vez Carlos Monsiváis narró que meses antes de su muerte, en la ciudad de Viena, un amigo le comentó al ya entonces exrector:
“Ingeniero, en donde estuvo la estatua de Miguel Alemán (dinamitada por la comunidad universitaria), pronto veremos la suya.”
Y Barros Sierra contestó:
“Si he sabido que se trataba de un relevo de efigies, jamás aceptó la rectoría.”