Un fantasma recorre Europa y no es la “maléfica influencia” de Rusia

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  L  ondres.- Un fantasma recorre Europa de nuevo. Y no es el que invocó Carlos Marx en El Manifiesto Comunista de hace siglo y medio para aludir al descontento de la clase obrera. Tampoco es el de la Revolución de Octubre que este año celebró sus desangelados 100 años con tímidos recuerdos a Lenin, fundador del Estado soviético.

Para algunos medios de comunicación el fantasma es la “influencia” rusa a través de hackers, cuentas falsas en las redes sociales –especialmente en Facebook y Twitter-para apoyar a políticos radicales al estilo Donald Trump o sospechosos brotes de violencia con el objetivo de polarizar los ánimos sociales e impulsar movimientos separatistas, nacionalistas o antiglobalización como el Brexit de Gran Bretaña, la independencia de Cataluña, referéndums en Escocia o Gales, las elecciones alemanas o hasta el plebiscito holandés sobre Ucrania.

Aunque no existan pistas y evidencias claras de la “maléfica influencia rusa”, como sí se han registrado en el caso de Estados Unidos y la conexión rusa en la campaña de Donald Trump en 2016, en Europa el primero que sobredimensiona a este fantasma es el periódico español El País.
El otrora medio de referencia de la “izquierda democrática” española, de los sectores pensantes y artísticos, se ha transformado en el vocero de la línea dura hispana en contra de todo lo que huela a independencia o autonomía catalanas.

El pasado viernes 10 de noviembre, El País utilizó las declaraciones de un cadáver político ruso, Vladimir Zhirinovsky, un oportunista de 71 años que dirige el Partido Liberal Democrático de Rusia (con apenas 39 de los 450 escaños del parlamento ruso). Zhirinovsky arengó en el consulado de España en Moscú a favor de la independencia de Cataluña y afirmó:

“Defenderemos a Cataluña, a Escocia, a Gales. La desintegración de Europa nos beneficia. A ustedes la desintegración de la Unión Soviética los benefició y hoy vamos a abogar por la desintegración de Europa, por la desintegración de América, que todo el mundo vaya a la catástrofe”.
Zhirinovsky puede ser un personaje de Dostoievsky, atormentado y con ansia de protagonismo, pero El País quisiera ver en todo movimiento la larga mano de la influencia rusa. Algo que sólo alimenta la leyenda del propio Vladimir Putin, hábil para capitalizar las leyendas de sus contrarios.
Un puñado de eurodiputados socialistas firmó la llamada Declaración de Praga, el pasado 9 de noviembre, haciendo un llamado a que se investigue en Europa, como se hace en Estados Unidos, “los casos claros de interferencia descarada en el referéndum holandés, en el británico, en el italiano, en las elecciones francesas y, más recientemente, en el referéndum catalán”.

Los firmantes exigen medidas inmediatas, entre ellas, triplicar la capacidad del centro que ha constituido la Unión Europea para contrarrestar la propaganda rusa, así como investigar a posibles cuentas falsas en redes sociales, alimentadas por hackers rusos.
Ni en Gran Bretaña ni en Francia los medios informativos se han tomado en serio las posibles líneas de la “injerencia rusa”. Esto no significa que sea descartado por los cuerpos de inteligencia.

El problema no son los rusos. Y menos el autócrata Vladimir Putin. Nadie capitalizaría ni encabezaría ningún “complot” contra la fingida estabilidad europea si no existieran condiciones para ello.

El verdadero fantasma que recorre Europa no son los hackers rusos y sus fake news. Es el descontento político y social de dos generaciones por un modelo de bloque económico que requiere replantearse. Son los odios ancestrales a los migrantes, a los diferentes, a los gobiernos centrales que sólo encubren el miedo de perder lo ganado y el menosprecio de élites políticas por los reclamos que se escuchan en las calles.

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