Esta es la historia de una niña que habita en los ojos de las personas, la llaman:“La niña de los ojos”.
A ella le encanta vivir ahí. No tiene predilección por los ojos verdes, o cafés, o negros, ni siquiera por los grises. Lo único que no soporta, son los ojos de mirada turbia, porque entonces su casa se oscurece y no puede mirar por las ventanas ni asomarse a platicar con las niñas de los ojos de los demás.
Durante un buen tiempo, sólo vivió en los ojos de los niños y de las niñas. “Es el último resquicio en que se encuentran miradas limpias”, decía, además, era muy divertido, porque las miradas de los niños nunca descansan, siempre andan buscando, aunque no sepan qué, y se sorprenden de cualquier cosa. Sin embargo, vivir ahí, implicaba un fuerte problema: Con frecuencia su casa se le inundaba con las lágrimas de los niños llorones y de tanta humedad, acabó por atrapar una gripe constipada.
Aconsejada por un curandero, la niña decidió dar un cambio radical: empezó a vivir en los ojos de los enamorados. Al principio le encantó, porque podía verse en el espejo de los ojos del amado o de la amada, pero los enamorados sólo ven al ser que aman, para ellos, lo demás no existe, y eso también termina por ser aburrido.
Con esos pensamientos estaba, cuando la sorprendió la mirada de un muchacho encantador, tendría unos 19 años. Aparentemente era como los otros, pero si uno se fijaba bien, podía percibir que casi no sonreía, y cuando creía no ser visto, una gran tristeza se le salía por la mirada. La niña se sintió intrigada y atraída. Para entonces, vivía en los ojos de un velador que era muy responsable en su trabajo, por lo que permanecía toda la noche vigilando con los ojos bien abiertos. Ella tenía dificultad para dormir durante el día, por lo que ya no aguantaba las desveladas, así que en un “santiamén”, recogió sus cosas y se fue a vivir a los ojos del muchacho de mirada triste. Quería sobre todo indagar el porqué de esa tristeza.
Por un diario que el muchacho escribía todas las noches y que ella desde sus ojos leía, se enteró de que el muchacho venía de otro país, que a sus 16 añitos, había tomado un fusil y se había ido con los demás guerrilleros a la montaña para combatir a un tirano. Después de varios años, la revolución había triunfado. El muchacho regresó entonces a su casa, alegre porque ya viviría en un país libre, pero… durante esos años, había visto la muerte causada por su propia mano, y esa era la tristeza seca, sin lágrimas que llevaría siempre en la mirada y que sobre todo se asoma cuando cree que los demás no lo ven.
Cuando la niña de sus ojos supo esa historia, la inundó la ternura y rompió a llorar, tanto, que el muchacho no podía creerlo: de sus ojos brotaron cientos, miles de lágrimas que aliviaron el dolor de sus recuerdos y le devolvieron así fuera por un momento, el calor de la sonrisa.
La niña decidió entonces quedarse ahí para ayudarlo a llorar cada vez que lo agarrara la tristeza.
Hace tiempo que no se nada del muchacho ni de la niña. Tal vez ella anda ya por otros ojos. Si te interesa, búscala. Se le puede reconocer muy fácilmente, tiende a imitar todos los movimientos que hacemos cuando miramos de cerca los ojos que habita.