Porque a mí, a la lejana, no la quieren.
Julio Cortázar
Jamás se le ocurrió buscar entre las fotografías de la familia. Nunca recordó las imágenes sepias mordidas por la soledad y olvidadas entre el mobiliario de la buhardilla. Entretenida en su reciente descubrimiento, Alina sepultó sus dudas. Había dejado de pensar en la otra, en esa mujer tan idéntica que parecía su alma gemela: la hermana que nunca había tenido. Dejó de preocuparse; ya no más pesadillas, ni sueños confundidos. Estaba libre, como si después de todo, el cordón umbilical que las mantenía fijas a la placenta, se hubiera desquebrajado. Había logrado exorcizar a la lejana.
Se sentía independiente. Soberana absoluta de los espejos, alejada de los temores, ahora podría reflejarse única. Bellísima con su rostro ovalado, pétalo de rosa, la mirada aristocrática heredada de la bisabuela, el cabello ondulado, sedoso, en bucles color de encino. Ella, la indispensable Alina, la concertista privilegiada, con su pianoforte de maravilla y sus movimientos de felino.
Esa noche durmió tranquila, engolosinada en una placidez de santa, que no le permitió descubrir que en el espejo ovalado del tocador, la otra Alina, la miraba con repulsión.
Enero 2011