Documental codirigido por Juliano Ribeiro Salgado y Wim Wenders. Narra toda la historia del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.
El documental abre con una fotografía emblemática de la serie Workers en un ángulo picado, toma general, y con una gama muy rica de escala de grises vemos que hay movimiento pero no alcanzamos a distinguir qué pasa en el cuadro, es cuando tenemos el tiempo necesario de comenzar a ver los detalles, que distinguimos personas, cabezas, cuerpos con el torso y las piernas descubiertas, todo su cuerpo tiene la tonalidad del barro húmedo, y unos costales sobre la cabeza, subiendo escaleras y descendiendo, corriendo. Cada uno sube por una pendiente muy empinada, parecen hormigas pasando por encima de cubos de tierra, hay un movimiento que se percibe lleva siglos sin parar. Movimiento en el que se abre la tierra para sacar mineral. El movimiento perpetuo de la explotación del hombre. Las imágenes corresponden a las minas de oro de Sierra Pelada, Estado de Para, Brasil.
Hay cuatro narraciones en off que se entrecruzan durante todo el documental. Wenders, justificando el porqué de la importancia de la fotografía de Sebastião Salgado, su expresividad, lirismo y contundencia en las imágenes que produce. Juliano, por el lado emotivo y sentimental de ser el hijo de alguien que estuvo ausente durante mucho tiempo en la vida, pero que se reconcilia y reconforta con saber que ese alguien es quien produce, proyecta, visibiliza, documenta genocidios, éxodos, explotados, especies animales y ambientes en los que el ser humano todavía puede convivir con la naturaleza y ser parte de ella sin el menor atisbo o ganas de destruirla.
El propio fotógrafo que se sienta frente a la cámara viste de negro (hay que recordar que un fotógrafo que se precie de serlo, definitivamente sabe cómo colocarse, qué gestos hacer e incluso cómo vestir frente a una cámara que lo fotografiará a él) e iluminada sólo su cara, nos cuenta, con esos ojos profundos y las marcas que deja en la cara la vejez. El saberse alguien que ha recorrido casi todo el mundo, narra y se desnuda ante el dolor que le provocan y nos provocan todas esas imágenes que él ha hecho.
Las fotografías elegidas para narrar el documental son de una contundencia total, estéticamente sin errores, todas en gama de grises con encuadres perfectos, equilibradas, vaya… sin tacha técnica y estética. Lo único, que a mi manera muy personal de ver las cosas, es que definitivamente esas imágenes tienen un trabajo de posproducción, retoque o trabajo de laboratorio cuando lo hacía en film, y no se menciona quién o quiénes retocaban sus imágenes. Yo pensaría que su esposa, Léila, porque con ella es con quien planea y realiza los proyectos en los que él se enfrasca y sale a documentar.
En una secuencia aparece una pantalla de ordenador con un software de edición de imagen y ella señala la fotografía como si la estuviera reencuadrando. Con ella se nota que tiene una complicidad más allá del vínculo amoroso, es complemento del trabajo creador de él; pero es muy complicado decir que alguien ayudó a crear las imágenes, porque se sigue teniendo esta idea del “artista total”, cosa que definitivamente está a discusión, pero que viene del siglo XIX y XX y que para mí ha dejado de existir tiempo atrás.
Ya que estamos en esto, el que se haya incluido a Win Wenders como codirector es sólo un gesto de complicidad, un guiño para conseguir más fondos y un nombre, sí, muy importante en la historia del cine, pero que sólo acompaña para narrar en off y aparecer en algunas secuencias del filme. No se nota que su mano o su ojo estén ahí.
El mérito es de Juliano y los editores; nos presentan un documental de buena factura, cronológico e íntimo. Es de agradecer el poder entrar como espectador a ver toda la ruina que puede causar el hombre como especie, justo para tratar de no repetir –en lo que a cada quien le toca– ese tipo de atrocidades.