E l asesinato de Javier Valdez evidenció que hay una escalada criminal pero selectiva contra periodistas.
Mostró igualmente que se asesina sin contemplaciones, con premeditación,
alevosía y ventaja.
Y que el homicida dispara desde la obscuridad, detrás de un fuerte y, hasta
ahora, impenetrable blindaje de impunidad.
Significa que quién o quiénes deciden segar la vida de periodistas como Javier, lo hacen porque no están dispuestos a tolerar más el ejercicio de la libertad.
Menos si se trata de la libertad de expresión, especialmente cuando ésta desnuda, revela, exhibe y cuestiona.
Porque aún expresada en letras silentes, se hace insoportable, estridente, para los oídos de esa doble cara que suele usar el dueño del poder omnímodo.
Se busca, en otras palabras, que los periodistas no sean más incómodos, que no hagan periodismo, que no sean más periodistas.