Isolda

isoldaEncontré sobre el piso de la Avenida Morelos una carta firmada con las iniciales D. Y. Soy poco romántica y el día en cuestión era caluroso y brillante en demasía; sin embargo, esa lectura me hizo llorar. Quizá ha ejercido cierto grado de influencia en mi percepción, el hecho de sentirme muy distinta cuando estoy en Cuernavaca; soy mejor persona que en la Ciudad de México; nadie me lo ha dicho, pero lo creo y lo siento de forma entusiasta, y no sólo debido al reiterado y aburrido tema del mejor clima. El caso es que mi vida no ha podido ser la misma desde este inesperado acontecimiento. Aquí la transcribo:

“Sí, te amo y, aunque hoy no lo creas, sé que lo que tenemos es real, aunque te canses de llamarlo ficticio (como si fuera la mayor de las ofensas). Entiende, los días junto a ti son (hablo en presente), lo más grande que he vivido, en lo que al tema del amor se refiere. Cuando me dices que has llorado por mí, me siento terrible, porque pienso: nadie debería llorar por no estar con la persona amada. No quiero ser Isolda y vivir mi amor contigo en la siguiente vida. Sí, soy valiente, pero en este momento me necesita. No te he amado de forma infinitesimal. Espera un poco más. Mi amor por ti sigue intacto. Mientras tanto, nos quedan nuestras tardes en el Robert Brady”.
D. Y.

Quiero encontrar a quien la escribió y decirle que nada puede detener el amor. Quiero decirle que deje todo: ser amado en vida debe ser divino. Desde mi descubrimiento he pensado una cantidad bárbara de teorías y posibilidades. Por ratos he intentado estructurar alguna clase de hipótesis para rechazarla. Soy tonta. Mi mente pragmática y cuantificada no logra comprender del todo esta cosmovisión. Leer esta carta siempre me hace llorar, pues me recuerda de forma total, que en ningún momento de mi vida, he tenido la dicha de experimentar algo parecido a esas emociones escritas (y no escritas).

¿Y qué tal si la carta nunca llegó a su destinatario? ¿Qué tal si la tuvo entre sus manos y la perdió? Por ahora, he decidido aceptar el papel secundario disponible en esta historia; he aceptado ser la amalgama entre D. Y, y el hombre que la llora. ¿Ella lo llora también? Las mujeres siempre sabemos disimular el dolor de forma más adecuada y ortodoxa. Mi papel es importante en esta historia: seré la pócima entre D. Y. y este Tristán. No considero abandonar Cuernavaca, recinto del amor y de mi búsqueda.

Por eso camino, dibujando con mis pasos un cuadrado donde cada lado tiene un nombre: Morelos, Hidalgo, Cázares y Netzahualcóyotl. Y, cada que veo una mujer solitaria, la abordo, le enseño la carta, le pregunto si es Isolda.
Alguna será, quizá esa que justo ahora viene hacia mí.

Fin del relato.

Ciudad de México, marzo de 2015.

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