El regreso oscureció los eucaliptos:
fue un letargo de ocaso y luna nueva.
Era el acecho de las hembras
que envolvían la colina con aire húmedo
y olvidaban sus ojos diurnos
con suavidad de gemido infantil.
Ánima en pena que ascendía al manantial
cual bestia indiferente
le era confusa aquella queja de mujeres.
El que regresaba se quedó
entre las ruinas de una casa pálida.
Abril
Abril alcanzaba las ventanas
y los campanarios sonaban sordos.
María disponía sus manteles
ceñido a otras memorias
laderas de capirotada y días de guardar
para transfigurarlos ante el jolgorio.
La casa estaba mejor abastecida.
Nunca faltaron los convidados que llegaban
buscando el afridulce licor de la feria.
De ningún modo el silencio petrificó el umbral:
ellos radiantes fulgurantes
se acogían a nuestra mesa
en donde los aguardaban
el pan la sal y el vino.
Día último del año
Día último del año.
De su año final ayuno de vino y frutos.
Ese ámbito fue ajeno a toda grandeza
por un áspero cansancio para el viaje en solitario
que se vislumbraba sin desenlace festivo.
No hubo campanas ni parvada que mitigaran
[su paso adverso.
Ya sin imágenes María se hundió con su entorno.
Tomado del poemario: El pasado de las bestias y las aguas.
Ediciones sin nombre, Secretaría de Cultura, que se presenta
el sábado 28 de enero a las 13:00, Ateneo Español de México,
Hamburgo núm. 6 esq. c/ Berlín. Col. Juárez.