El pequeño reloj indica las 10:00 de la noche y pocos minutos más. Está cansada y se dirige al baño a refrescarse un poco. Al salir, le sorprende que casi todo el grupo siga afuera del salón, en el pasillo principal de la universidad, en plena plática, como si fueran las 10 de la mañana. Sospecha que le van a proponer salir a por un trago, un café, cenar, lo que sea. Rechaza dos invitaciones, se despide con un cadencioso movimiento de mano y de cuerpo. De camino a casa, en su pequeño auto, sola, puede poner la música que realmente le gusta, interpretada por un cantante que tiene su misma edad y que en la actualidad es socialmente rechazado por gordo y pedante, a pesar de haber sido el cénit de la música pop, hace solo cuatro lustros. Por fin entra a su pequeño departamento y la recibe su gato, Fred. En su recámara, frente al espejo, agradece, aunque no sabe bien a quien, mantener un cutis lozano, fresco e hidratado, así como un cuerpo sumamente armonioso; a lo largo de los años, solo ha ganado un poco de peso, quizá cuatro o cinco kilos, los cuales se han agregado en la zona de los muslos, en la cadera y en los senos. Ha dejado de sorprenderle ser constantemente asediada, buscada, pretendida a sus 41 años, en una proporción exponencialmente mayor a cuando tenía 35, 30, 25, 20 y 15 años. Tiene claro el deseo y la intención oculta –y a veces no tan oculta– de sus pretensos: quieren estar dentro de ella, pero ya está cansada del tema: experimentó y no logró sentirse plena, algunos destellos, nada memorable. El pinche gordo le echó la maldición. Ha comprobado ser de las mujeres que necesitan forzosamente sentir algo por su compañero sexual; sin un poco de cariño al menos, es imposible, está como el desierto. Piensa en buscar a su némesis, el gordo, el que le echó la maldición.
Después se arrepiente. No puede dormir. Entra a Whatsapp y observa que el gordo está en línea, como siempre, el muy maldito. Le escribe y para su sorpresa recibe respuesta casi inmediata. Lo verá ese mismo viernes. Increíblemente está emocionada y logra conciliar el sueño de forma casi inmediata. Mejor que un Prozac en los 90’s.
El viernes por la tarde decide utilizar su pequeño auto para la cita con el gordo, pues ello la obligará a no beber demasiado alcohol, su peor enemigo en una cita donde la chispa del amor está presente, piensa. Cuando llega al punto de encuentro, –un bar mono, a medio camino de lo fresa con lo hipster– siente que le tiemblan las piernas al verlo. No concibe que la emoción se mantenga después de tantos años y tantas chingaderas. Lo observa, el maldito debe tener un pacto a lo Dorian Gray: no ha envejecido nada; es mayor que ella al menos por cinco años, pero ella se siente vieja mientras lo mira.
–Hola Cinthia… que dicha verte… sigues siendo la mujer más guapa que conozco, dice el gordo, con notoria emoción.
Hablan, comen quesos finos, toman vino, ríen. De pronto el gordo le toma las manos, no le dice nada, la besa en los labios, sus lenguas apenas se tocan. Es como estar en casa, piensa Cinthia y de golpe empieza a lamentar las veces que ha rechazado las propuestas de formalidad por parte del gordo; muchas, a lo largo de muchos años. Quiero que esté dentro de mí, lo extraño dentro de mí, piensa Cinthia, y le propone abrir una nueva botella de vino, pero en su departamento.
Los recibe Fred, el gato. Ella se disculpa por el tiradero y trata de arreglar un poco los sillones de la pequeña sala, en la cual se sientan. El gordo la mira como si tuviera ante sí a la Victoria alada de Samotracia. La besa apasionadamente, le desabrocha la blusa y toma con sus labios uno de sus senos. Ella se siente como Niké, la diosa de la victoria. Ponen música, abren la botella de vino, toman más. Cinthia está mareada y de pronto una parte de su cerebro conecta esas acciones con ciertos recuerdos, empieza el pensamiento en paralelo y en micras recuerda nítidamente lo que sentía en la boda del gordo, mientras el muy maldito le decía SÍ, a otra: dime, ¿te besa como yo solía besarte? ¿Sientes igual cuando ella te llama por tu nombre? En algún lugar muy profundo, debes saber que te extraño, pero ¿qué puedo hacer? Las reglas deben ser obedecidas. No quiere besarlo más. Empieza bostezar para desanimarlo, le dice lo cansado que estuvo su día y que en unas pocas horas más tiene cita con su psicóloga. Cinthia nota que el gordo capta totalmente el rechazo y que está cercano a ponerse a llorar. De pronto hablan entre sí, como si fueran compañeros de trabajo. Piden un Uber el cual llega en solo 3 minutos. El gordo sale por la puerta. Una vez más.
El ganador se lleva todo, el perdedor queda empequeñecido, más allá de la victoria, este es nuestro destino, piensa Cinthia, mientras llorando, sirve de comer al pequeño Fred, en su pequeño plato.
Ciudad de México,mayo de 2016.